La parábola del fariseo y el publicano suele
despertar en no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que
se presenta ante Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía
espontánea hacia el publicano que reconoce humildemente su pecado.
Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento:
“Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo”.
Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de
tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores
fariseos, sino para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.