Escuchar a Jesús
El centro de ese relato complejo, llamado tradicionalmente “La transfiguración de Jesús”,
lo ocupa una Voz que viene de una extraña “nube luminosa”, símbolo que
se emplea en la Biblia para hablar de la presencia siempre misteriosa de
Dios que se nos manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta. La Voz
dice estas palabras: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo”. Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni
siquiera con Moisés y Elías, representantes y testigos del Antiguo
Testamento. Solo Jesús es el Hijo querido de Dios, el que tiene su
rostro “resplandeciente como el sol”.
Pero la Voz añade algo más: “Escuchadlo”. En otros tiempos, Dios
había revelado su voluntad por medio de los “diez mandatos” de la Ley.
Ahora la voluntad de Dios se resume y concreta en un solo mandato:
escuchad a Jesús. La escucha establece la verdadera relación entre los
seguidores y Jesús.
Al oír esto, los discípulos caen por los suelos “llenos de espanto”.
Están sobrecogidos por aquella experiencia tan cercana de Dios, pero
también asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir escuchando solo a
Jesús, reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?