Nada lo pudo detener
La ejecución del Bautista no
fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el
destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en
muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con
la posibilidad de un final violento. Jesús no fue un suicida ni buscaba
el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie.
Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la
marginación o la desesperanza. Vivió entregado a “buscar el reino de
Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para todos, que busca
su Padre.
Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a
ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por
eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante
las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.