jueves, 16 de febrero de 2012

Aceptar

Muchos de los encontronazos que se hacen palpables en nuestro día a día reflejan la lucha interna en la que estamos continuamente. Lo que sucede fuera de nosotros, fuera de nuestro ámbito de dominio y control, genera conflicto dentro de nosotros mismos y suele acabar exteriorizándose. La capacidad de aceptar no es la nota más característica del ser humano, pues éste más bien deja constancia de su etapa más infantil donde las cosas tienen que suceder de un modo inmediato, satisfactorio, beneficioso y de acuerdo a su propia necesidad. Esto, que tan bien reconocemos en los niños, se convierte en un hándicap para el adulto ya que le supone muchos quebraderos de cabeza.

                Creo que sí es importante distinguir la aceptación de la resignación, pues son cosas distintas e implican procesos también diferentes. La resignación tiene lugar cuando uno se rinde ante una circunstancia que, en primera instancia, parece no poder ser afrontada. Ya sea por falta de motivación, autoestima o por incapacidad personal. Uno acaba doblegándose. Por el contrario, la aceptación supone reconocer mi propia capacidad, darme cuenta de hasta dónde puedo o no llegar y permitir mi limitación como persona que soy. Uno nunca puede estar en todo, ser el mejor en todo… No podemos abarcarlo todo. Llegamos hasta donde llegamos y esto está bien así. No reconocernos implica vivir la resignación. Asumir nuestras potencialidades y limitaciones supone aceptar quién soy y lo que soy.
                A nuestro alrededor vivimos circunstancias que nos suscitan ambos movimientos. Dependiendo de la actitud que adoptemos lograremos sentirnos satisfechos o, por el contrario, derrotados. La vida no es encajar golpes como si se tratase de un combate de boxeo, sino que es puro contraste: lo que soy, o creo que soy, con lo que “es” fuera de mí. Desde aquí podemos aceptar. Pero si el vivir se convierte en un enfrentamiento entre lo que soy y lo que deseo que sea, entonces el sufrimiento se hará manifiesto. Acertar en nuestra elección implicará que el bienestar de la persona esté asegurado.
                Los movimientos de autoayuda barata que nos rodean no pasan de engordar el ego haciéndonos sentir que es poco menos que el centro del Universo. Considero que la autoestima implica tener un pie en el suelo y el otro en un sueño, uno en la tierra y otro en el cielo. Si no tenemos desde dónde partir tampoco sabremos muy bien dónde llegar. Reconocer dónde tenemos el pie y aceptar la altura que podemos alcanzar con el otro nos ayudará a estar, como poco, en armonía. Si no logramos ver esto, habremos perdido la referencia más importante.
                Recuerda de dónde vienes, vive lo que eres y descansa soñando lo que te gustaría ser. Todo es posible dentro de ti y probable fuera de ti. Acepta esta dicotomía y sentirás paz.

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