miércoles, 28 de marzo de 2012

Aprender a morir... para aprender a vivir


¡Cuanto nos cuesta desprendernos de lo que consideramos como propio!. A algunos padres les cuesta desprenderse de los hijos y se empeñan en conseguir que sean como ellos quisieran que fueran. A los políticos les cuesta desprenderse de los cargos y del poder, a los empresarios de las ganancias económicas, a los sacerdotes o responsables de comunidades eclesiales de sus fieles. A otros les cuesta desprenderse de determinadas personas a las que pretenden dominar, de su proyección profesional o del lugar que ocupan en la empresa.
O incluso a cosas mucho más banales como la mesa o el despacho, la butaca preferida de casa o el buen vino a la hora de comer. Unos y otros nos aferramos a lo que creemos poseer y lo único que conseguimos, generalmente, es estropearlo. Nos resistimos a dejar morir nuestros egoísmos y estos nos acaban devorando, conduciéndonos, a menudo, a situaciones contrarias a las que en el fondo deseábamos. Hijos que te salen por caminos contrarios a los que quisieras, traiciones y corruptelas políticas, crisis financieras, iglesias vacías y abandonos de la fe, destituciones laborales ..... Experimentamos entonces, sentimientos de frustración, desencanto o soledad. "Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna".
Pero cuando aprendemos a morir de todo lo que queremos poseer, absolutizar, retener, dominar .... y nos vivimos y dejamos ser en libertad, porque ya no tenemos nada que perder, dado que hemos decidido perderlo todo por el Amor, entonces descubrimos que nuestras pérdidas y nuestras muertes dan paso a una nueva vida que no imaginábamos, más libre, más feliz, más plena, más acorde a nuestra naturaleza auténtica. Una vida llena de sorpresas en la que experimentamos que, en el juego del amor tan sólo quien pierde gana. Y los hijos a los que queríamos proyectar nuestros deseos y aspiraciones se han convertido en personas autónomas, felices de poder desarrollar todo lo que ellos realmente son y quieren ser, capaces de amar y de ser también para los demás. Y la renuncia a la propia proyección profesional te ha conducido, quizá, a una mejor calidad de vida personal y familiar en la que los valores fundamentales pasan a ser las personas a las que te has sentido llamado a amar y no las ganancias materiales o las vanidades personales. Que en las comunidades eclesiales el Espíritu hace nacer nuevos caminos de encuentro con Dios, más evangélicos, más transparentes, más libres .....

Las muertes de nuestros egoísmos pueden resultar, para muchos, una auténtica insensatez pero a los ojos de Dios, probablemente, resulten nuestra mayor ganancia.

Feliz entrada en la vida nueva, Feliz Pascua!

Mar Galceran

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