Dom 28 X 12. Jericó, última parada (con un amigo, un rico, un ciego)
Domingo 30 tiempo ordinario. Ciclo B. Mc 10, 46-52. Jericó,
la ciudad quizá más antigua del mundo, famosa por la “conquista” de los
israelitas, con la colaboración de Rahab, la “buena hospedera” (Jc 2.
6), es también conocida por algunos relatos sorprendentes de los
evangelios, entre ellos la parábola del Buen Samaritano, que
bajaba del Jerusalén a Jericó (Lc 10) y, sobre todo, por la famosa
entrada y salida de Jesús que aparece en el evangelio de hoy.
Jerusalén es la última parada de Jesús y de sus seguidores
en el camino que sube al Reino, el lugar donde deben realizarse los
últimos preparativos. La última parada, tras un duro ascenso, que
algunos hemos hecho, será Jerusalén.
‒ Jericó es la ciudad de Zaqueo (funcionario de aduanas, en la frontera, junto al río), un hombre que debe “limpiar” su dinero, devolviendo cuatro veces todo lo robado y dando la mitad de sus bienes a los pobres…
‒ Y es también la ciudad del ciego Bartimeo, antes atado a su puesto de pobre en el camino, luego libre (buen vidente), que deja todo lo que tiene y sube con Jesús a Jerusalén.
‒ Jericó es quizá también la ciudad de un amigo misterioso, a quien Jesús visita e instruye en la noche.
Siga quien quiera descubrir mejor el enigma de esta ciudad, vinculada a la amistad (es la patria del amigo de Jesús, la meta del buen samaritano), relacionada con la necesidad de compartir el dinero (Zaqueo), y la búsqueda de luz, para seguir a Jesús.
Sea como fuere, Jericó es la última etapa del ascenso de Jesús, que
va de Galilea a Jerusalén. Lo que allí sucede es esencial para entender
el evangelio. Buen domingo a todos.
1. Al pasar por Jericó. Entrada y salida
Mc 10,46 Y llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente
El comienzo del texto resulta, por lo menos, enigmático. Jesús y sus acompañantes llegan a Jericó donde no se dice si entran, ni el tiempo que permanecen, ni qué hacen.
El texto añade inmediatamente que, cuando salía de Jericó con sus
discípulos, empezó a gritarle un ciego que se supone conocido (se le
llama Bartimeo, el hijo de Timeo…), con el que sigue la escena del
milagro (10, 46). Lógicamente podemos y debemos preguntarnos: ¿Por qué
dice Marcos que Jesús llegó a la ciudad (suponiendo que entró)? ¿Qué
hizo allí? Se han dado tres respuestas básicas:
(a) Algunos suponen que una redacción anterior del pasaje
debía recoger lo que Jesús hizo en Jericó. En este contexto se suele
aducir el Evangelio Secreto de Marcos (un texto al parecer más tardío y, según algunos falso), donde se afirma que Jesús había entrado en Jericó, añadiendo:
“Y estaban allí la hermana del joven a quien amaba Jesús, y la madre de éste y Salomé; pero Jesús no las recibió".
La tradición recordaría, por tanto, una escena de entrada de Jesús
en la ciudad, que se relacionaría con un amigo suyo, que vivía allí (al
discípulo amado), y que sus familiares (madre y hermana) querían
conocerle. Otro lugar de ese Evangelio Secreto afirma que Jesús
conversaba en intimidad con un amigo, que puede relacionarse con el
discípulo amado.
Algunos investigadores suponen que el texto primitivo de
Marcos sería ese evangelio secreto, que habría sido reducido por un
autor final, por razones que ignoramos (quizá por evitar el tema de la
relación de Jesús con un discípulo amado, tema que aparecen en el evangelio de Juan).
He comentado extensamente el tema en la introducción a mi Comentario de Marcos,,
donde afirmo que ese “evangelio secreto” posterior, lo mismo que la
referencia a un encuentro de Jesús con la familia del pretendido
discípulo amigo de Jesús. Tema y escena nos sitúan en el contexto de los
gnósticos carpocratianos del siglo II (a no ser que todo el tema sea un
invento del famoso M. Smith, por razones publicitarias made in USA,
como tantas otras).
De todas formas, el texto actual de Marcos deja un hueco.
Jesús parece entrar en Jericó, pero no hace nada... (y en el fondo no se
sabe ni si entró), y lo que importa es su salida, dando vista al ciego.
b. El evangelio de Lucas 19, 1-10 introduce en este contexto la famosa escena de la Conversión de Zaqueo, el
publicano rico, que sería el jefe de aduanas de la ciudad, en la
frontera entre Judea y Perea. Marcos, que habría conocido ese relato,
prefirió ignorarlo, por razones que no podemos precisar (quizá por no
retomar el tema del dinero, que él había desarrollado ya con cierta
extensión). De todas formas, es también posible que haya sido el mismo
Lucas el que ha querido introducir este relato, porque le convenía
(según la trama de su evangelio) y porque quería llenar el “hueco” de
Marcos con lo que Jesús habría podido hacer en la ciudad.
(b) Resulta mucho más verosímil pensar que Marcos recoge
simplemente la tradición según la cual Jesús y sus acompañantes pasaron
en Jericó el día de sábado, como hacían muchos peregrinos
galileos, que descasaban allí el día santo, para ponerse en marcha el
primero de la semana (el domingo actual), muy temprano, para cubrir así
los casi treinta kilómetros de fuerte subida y llegar a Jerusalén al
comienzo de la tarde (¡sería en nuestro computo actual el Domingo de
Ramos). Ese descanso del sábado en Jericó era un detalle bien conocido,
de manera que no era necesario destacarlo.
Los peregrinos de Galilea caminaban por tres o cuatro día… y aprovechaban el sábado para descansar el Jericó, antes de iniciar la etapa final de ascenso duro a Jerusalén, con más de 1.200 metros de desnivel. Allí habría descansado, cumpliendo el precepto legal, con los demás peregrinos, pues nadie subía por el camino de Jerusalén en Sábado, pero a Marcos (preocupado de otra forma por el sábado, como hemos visto en 2, 23−3, 4) no le interesó conservar ese dato, por lo que se limita a decir que llegó a Jericó y que salió.
2. Un ciego a la espera
Mc 10 46 Y cuando salía, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo
ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el
Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten
compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él
gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Sea como fuere la razón de la parada (o no parada) de Jesús, el
“milagro” del ciego está situado precisamente en el momento de “salida”
de Jericó, en la última etapa del ascenso a Jerusalén, cuando Jesús
recibe en su cortejo de Reino precisamente a este ciego (recuérdese que
los ciegos son importantes en la “historia” religiosa de Jerusalén (como
saben, desde perspectivas complementarias, 2 Sam 5, 8 y Mt 21, 14).
Jesús, a quien acompañan sus discípulos, viene con la gente e inicia
el último tramo, el último día, de su ascenso mesiánico (cf. 10, 32). Al borde del camino (para tên hodon) se encuentra Bartimeo, mendigo ciego, que le grita; la gente se lo impide diciéndole que calle (10, 46-48), pero Jesús sabe escuchar, como pronto indicaremos.
No es sin más un ciego, sino un ciego sentado a la vera del camino
que sube hacia Jerusalén. Todo nos permite suponer que está a la espera
de alguien (¿el mesías?) que pase y le ayude. En ese sentido es un signo
de todos aquellos a quienes el mismo Jesús ha de curar, para que vean y
le puedan seguir en el camino. Quizá podamos tomarle como signo de
aquellos que deben superar sus cegueras anteriores, descubriendo a Jesús
tras la pascua, en Galilea (cf. Mc 16, 6-8 allí «le veréis, según os
dijo»).
En ese sentido, el “milagro” de Bartimeo anticipa la
historia de la pascua, cuando los discípulos vean a Jesús de nuevo en
Galilea. Pero, al mismo tiempo, este milagro recuerda la
historia del ciego de Betsaida (Mc 8, 22-26), con el que terminaba la
primera parte de Marcos (1, 14−8, 26) y comenzaba la segunda (8, 28−15,
47), mostrándonos que sólo unos ojos abiertos podían descubrir el
sentido y las implicaciones del camino de Jesús. Pero entonces la escena
quedaba truncada. Jesús mandaba al ciego que se fuera, y el ciego se
iba y Roca no lograba mantenerse firme ante las exigencias del
mesianismo de Jesús Hijo de Hombre (cf. 8, 18-.9, 1). Ahora, en cambio,
este milagro adquiere un sentido muy positivo, pues el ciego bien curado
sabe abrir los ojos y seguir con presteza a Jesús en el camino.
Evidentemente, él no tiene por qué saber lo que Jesús ha ido diciendo en sus palabras anteriores.
A la salida de Jericó, a la vera del camino pascual, está
inmóvil y parece que no tiene más oficio ni esperanza que vivir como
mendigo. Es enfermo, está ciego y vive a costa de aquello que
le quieren ofrecer los peregrinos. La ciudad pascual se encuentra cerca,
pero él no puede subir para admirar su santuario y orar con el resto de
los fieles. Su ceguera le tiene clavado al borde del camino, en la
etapa final de la subida y del drama del Reino. Como he dicho, este
ciego no conoce a Jesús, pero se puede suponer que está al corriente de
lo que implica su camino, sea en la línea de las predicciones de la
pasión (Jesús sube a Jerusalén dispuesto a morir: 8, 31; 9, 31; 10, 33),
sea en la línea de una esperanza general, de tipo davídico-mesiánico.
De esa forma, cuando se entera de que Jesús pasa, él confía y le grita
por dos veces: ¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí! (cf. 10, 47-48).
Al invocarle así, como “Hijo de David”, en su ascenso hacia Jerusalén, este ciego le está confesando de algún modo como “Mesías”, en una línea que culminará precisamente cuando Jesús llegue (¡esa tarde!) a Jerusalén y sus acompañantes le aclamen diciendo: ¡Bendito el Reino de nuestro padre David! (11, 10). Recordemos que, como he dicho, estamos en la mañana del “domingo” que precede al Sábado de Pascua (¡aquel año la pascua caía en sábado), y los peregrinos que inician la marcha muy temprano podrán llegar a Jerusalén antes de la caída de la tarde. De esa manera, esta escena, con la invocación del ciego, forma el primer acto de la “entrada en Jerusalén”, que empieza precisamente aquí, en Jericó.
Esta invocación (¡Hijo de David!) tiene, sin duda, un tono mesiánico
y proviene, paradójicamente, de un ciego al borde del camino. Sin duda,
cuando luego le pedirá “que vea”, se puede suponer que está pensando en
un “hijo de David” que tiene capacidad de “curar”, como Salomón, a
quien la tradición presenta como Hijo de David y sanador. Pero en este
contexto, al final del camino de ascenso a Jerusalén, este título (Hijo
de David) tiene un sentido claramente mesiánico, lo mismo que el de
Roca, cuando dijo que Jesús era “el Cristo” (8, 29). Pero hay una
diferencia esencial:
Pedro llamaba a Jesús “Cristo”, pero en el fondo
quería aprovecharse de él e impedirle cumplir su camino, dando la vida
por los otros;
Bartimeo, en cambio, llama a Jesús “Hijo de David” para ver y seguirle en el camino.
Bartimeo, en cambio, llama a Jesús “Hijo de David” para ver y seguirle en el camino.
Marcos acepta aquí ese matiz del título “Hijo de David”, aplicándolo
a Jesús; pero, después, en la gran controversia de 12, 25-37, lo
rechaza, porque rechaza un mesianismo de toma de poder.
Sea como fuere, Bartimeo, ciego de camino, no busca el reino de
Jesús en sentido político/militar; tampoco quiere el poder, como lo
acaban de buscar los zebedeos; ni está empeñado en defender su dinero,
como el rico (cf. 10, 17-45), sino que reconoce su carencia propia (es
un ciego), y sólo quiere ver, y para eso pide la ayuda de Jesús, en
medio del gentío que llena el camino y que pasa, subiendo hacia
Jerusalén. Si Jesús es de verdad “Hijo de David” tiene que abrirle los
ojos, como se los abre, no para seguirle en un camino de toma militar de
la ciudad (como el David antiguo: 2 Sam 5, 8-9), sino de entrega de la
vida, precisamente en Jerusalén.
Este ciego pide ayuda, pero la gente que acompaña a Jesús quiere que
calle, que no estorbe. Piensan que Jesús ha de ocuparse de otros temas y
problemas más urgentes, como se suponía en el caso de los niños (10,
13); piensan que en esta última etapa de subida a Jerusalén nada ni
nadie puede estorbar a Jesús. Por eso los acompañantes piden al ciego
que calle: ¡no estorbes!
3. Quiere ver: Tu fe te ha salvado
49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al
ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su
manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le
dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que
recobre la vista. 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado (Mc 10,
49-52).
Otros le piden o, mejor dicho, le exigen (emetimôn) que calle. ¿Por
qué? Quizá porque les estorba y no quieren escuchar sus gritos. Pero es
mucho más probable que le impidan gritar precisamente porque llama a
Jesús abiertamente ¡Hijo de David!, en el sentido de pretendiente
mesiánico. Jesús había mandado callar a Roca y a sus discípulos, cuando
le dijeron que era el Cristo (8, 30). Es evidente que ahora esos
discípulos tengan que impedir que este ciego grite de esa forma ante el
paso de Jesús el Nazareno (ho Nadsarênos), nombre que puede tener
connotaciones mesiánicas (como he puesto de relieve al comentar 6, 1-2).
Podemos suponer que le mandan callar precisamente porque invoca a
Jesús como Hijo de David (nazareno), apelando de esa forma su “dignidad
mesiánica”, en un momento de gran tensión (la última subida hacia
Jerusalén). Pero es más probable que le manden callar porque piensan que
su forma de invocar a Jesús no es la apropiada: ¡Jesús no debe ocuparse
de un ciego, mendigo, impedido, en el camino! ¡Tiene otras cosas que
hacer, otros problemas que resolver en esta última subida!
Sea como fuere, se trata de saber por qué sube Jesús a Jerusalén: A quiénes debe abrir los ojos, quiénes han de acompañarle de verdad! Para el ciego es evidente que él puede y debe subir, pues Jesús es ante todo aquel que puede abrir los ojos de los ciegos, para que descubran el camino y la forma de subir a la ciudad mesiánica, cosas que sus Doce discípulos no han logrado comprender, a pesar del milagro del ciego de Betsaida (cf. 8, 22-26) con el que había terminado la sección anterior. Éste es un ciego que cree en Jesús, Hijo de David, sin haberle visto. Por eso, en vez de callar, cuando más se lo piden, más grita pidiendo al Hijo de David “que tenga compasión de él” (10, 48).
Por eso, en contra de los que le impiden gritar, Jesús le llama, lo
que significa que valora su fe y admite el título que le concede,
viniendo a reconocer así, de un modo público (al menos en algún
sentido), que es Hijo de David, como seguiremos cuando culmine la subida
a Jerusalén que ahora están iniciando (cf. 11, 9-10).Sea como fuere,
Jesús escucha al ciego y acoge su petición. Era malo el deseo de dinero y
poder para seguir a Jesús (cf. 10, 22; 10, 35-45). Es bueno, en cambio,
el deseo de ver, de ser persona, en el camino de Jerusalén.
Este ciego no pide ningún tipo de honor, de poder o de riqueza,
sino simplemente que tenga compasión de él (eleêson me; 10, 48). Por el
contrario, los que quieren manipular el mensaje de Jesús, rodeándole,
como guardaespaldas, intermediarios que definen lo que él puede y debe
hacer, quieren acallar su voz, impidiéndole que grite .
Pero Jesús rompe ese círculo, llamando al ciego que le “declara”
Hijo de David, para preguntarle: ¿Qué quieres que te haga? (10, 51). El
ciego le responde: “Maestro, quiere recobrar la vista” (Rabbouni, hina
anablepsô). Ya no le llama sólo Hijo de David, sino también Maestro,
alguien que tiene una enseñanza superior, una doctrina de salvación.
Jesús, que sube a Jerusalén como Hijo de David, es el único
Maestro, que sabe ver las cosas y puede ayudarle. Los otros sólo se
ocupan de temas de dinero y de dominio; piensan que ya saben lo que
quieren, y quieren en el fondo aprovecharse de Jesús para alcanzar así
poder sobre su reino. Este ciego en cambio reconoce que no ve, quiere
que le abran los ojos y por eso se coloca en manos de Jesús, pidiéndole
que alumbre su mirada. Tampoco los discípulos ven, no saben lo que
implica el reino.
Pero, a diferencia del mendigo, ellos suponen que conocen ya lo
suficiente y por eso no piden ayuda a Jesús, sino que quieren imponerle
su criterio. Los discípulos siguen a Jesús con ansia de poder, con un
deseo de servirse de él, llamándole el Cristo (cf. 8, 29). Este ciego,
en cambio, está dispuesto a convertirse en seguidor auténtico del Hijo
de David que sube hacia Jerusalén; por eso, pidiéndole su ayuda, quiere
que sus ojos (exteriores e interiores) puedan verle y conocer así su
Reino.
Entendidas de esta forma, las palabras del ciego (¡hijo de
David…!) su deseo (¡Rabbouni, que vea!) son la más honda confesión
mesiánica, en la línea de la mujer del vaso de alabastro (14, 3-9).
Ella ungirá a Jesús como mesías, al verterle su perfume; este ciego
le ha nombrado mesías, al llamarle hijo de David y al pedirle su ayuda
para ver (seguirle en el camino). Los discípulos siguen enzarzados en
disputas sobre los primeros puestos. Este ciego, en cambio, se pone en
manos de Jesús, dispuesto a dejarse iluminar, recibiendo la ayuda del
Maestro, para hacerse su discípulo. Por eso se despoja de lo poco que
tiene, abandona su lugar de mendicante en el camino, arroja su manto de
mendigo y corre hasta llegar al lugar donde está Jesús. El “milagro”
está hecho: Jesús simplemente lo confirma, diciéndole: «tu fe te ha
curado», su propia fe en el Hijo de David, a quien ha llamado Maestro y a
quien ha pedido misericordia, para seguirle en el camino.
4. Y le siguió en el camino (Mc 10, 52b).
Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino
Se ha acercado hasta la vera de Jesús, en sus manos se ha puesto,
recibiendo allí la luz para sus ojos. Por eso, el texto continúa
diciendo, de manera sorprendente: recobró la vista y seguía a Jesús en
el camino. No pregunta nada, no busca más seguridades (posesiones,
familia, algún tipo de mando). Jesús le ha dicho que se vaya (hypage;
10, 52a), pero él no se ha ido, no ha buscado su propio camino, sino que
ha seguido a Jesús, viniendo a presentarse así como prototipo del
creyente liberado, de aquel que ya no tiene más oficio ni ejercicio que
acompañar a Jesús en el camino de Jerusalén que sigue estando marcado
por la entrega de la vida.
El ciego no pide ningún tipo de autoridad o dominio sobre otros; simplemente ha querido ver, confiando en Jesús Nazareno, y así lo ha mostrado con su gesto de confianza radical, cuando Jesús dijo a la gente que le llamaran y la gente se lo dijo a él: “Confía, levántate, te llama” (10, 49).
Hasta entonces había estado sentado, parado, al borde del camino,
pidiendo limosna a la gente que pasaba (10, 46). Aquel lugar del camino
era su única seguridad, su puesto de “trabajo”, su fuente de ingresos.
Pero al oír que Jesús le llamaba arrojó el manto que le servía de
asiento de día y de manta para cubrirse de noche (¡su única posesión!)
y, dando un salto, poniéndose de pie (anapêdêsas), vino donde estaba
Jesús (10, 50).
Esta ha sido su verdadera “resurrección”: Ha gritado a Jesús, llamándole Hijo de David, y, cuando Jesús le ha respondido, pidiéndole que venga, se levantó (egeire, resucitó: 10, 49) y, dejando todo, puesto de trabajo, limosna conseguida y manto, se acercó “desnudo” (sin nada) al lugar donde estaba Jesús. El rico de 10, 17-22 no había tenido el valor de dejarlo todo, pues tenía demasiado. Éste, en cambio, que tiene muy poco, ha dejado lo poco que tenía para venir así, desnudo de manto, hasta el lugar de Jesús (10, 50) y para seguirle después, sin posesión alguna, en el camino (10, 52).
Jesús ha valorado la fe de este mendigo y le ha respondido
diciéndole que vaya (hypage) y vea, viviendo en libertad, conforme a su
deseo, pues su fe le ha salvado (sesôken se), de forma que puede
caminar, siendo él mismo, sin seguir más atado de un modo pasivo a la
vera del camino. No le ha dicho “estás curado”, sino “vete”. No le ha
dicho “yo te curo”, sino “tu fe te ha salvado”. La misma “fe” ha curado a
Bartimeo, que ahora puede “marchar”, hacer su vida, como le dice Jesús:
¡Vete…!. Pero él, en vez de marchar, se une a Jesús y le sigue,
subiendo hacia Jerusalén (10, 52b), en un ascenso de su muerte .
Marcos no vuelve a hablar más de este ciego, como tampoco habla más
del endemoniado de Gerasa (5, 18-20). Estos dos, con la mujer del vaso
de alabastro (14, 3-9), son ya portadores privilegiados de la obra
mesiánica de Jesús. De esa forma indican la fecundidad de su mensaje. No
hace falta que volvamos a encontrarlos en la pascua (16, 1-8), pues
forman ya una especie de pascua anticipada. Aunque los Doce discípulos
hubieren fracasando, como veremos a lo largo de Mc 14-15, el evangelio
sabe que hay otros que han seguido a Jesús de verdad, como Bartimeo
ciego sanado que le acompaña hacia Jerusalén
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