22 de abril de 2012 (Lucas 24, 35-48)
Lucas describe el encuentro del Resucitado con sus discípulos como
una experiencia fundante. El deseo de Jesús es claro. Su tarea no ha
terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de su
ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un
movimiento de "testigos" capaces de contagiar a todos los pueblos su
Buena Noticia: "Vosotros sois mis testigos". No es fácil
convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y
el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen
callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo
interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad;
todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad.
Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos.
Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos. Estas son las
primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: "Paz a vosotros...
¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?".
Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo hacemos opaco e invisible con nuestros protagonismos y conflictos;
cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos
contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad... estamos pecando
contra el Resucitado. No es posible una Iglesia de testigos.
Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies.
Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos
su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: "Soy yo en
persona". El mismo que han conocido y amado por los caminos de Galilea.
Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones, lo convertimos en un fantasma.
Para encontrarnos con él, hemos de recorrer el relato de los
evangelios: descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y
acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de
los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el
que ahora vive resucitado por el Padre.
A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus
discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso
les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: "Vosotros sois
testigos de esto". No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar
su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo sino
irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con la vida, no solo con
palabras. Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos.
José Antonio Pagola
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