viernes, 17 de agosto de 2012

¿Dónde encontrar a Dios?


Andamos casi todos demasiado preocupados por Mamona, en sus versiones y formas de prima y de renta, de bancos y multinacionales, de estados de deudas... Pues bien, Jesús nos dijo un día que no podemos "servir" al mismo tiempo a Dios y a Mamona. Servir, es decir, ponernos a su servicio.
Pero la mayoría de la pobre gente no sirve a Mamona, sino que está esclavizada (sin haberlo buscado) por los poderes de Mamona (manejados por otros, con nombre y apellido). Hablar de Dios a esa gente es difícil, sino se busca con ella una respuesta a los problemas del hambre...
Es difícil, pero no imposible. Y así lo hace P. Zabala, de forma admirable, como siempre. Con él os dejo este domingo, buscando a Dios, si os parece. Gracias, Pedro, todo lo que sigue es tuyo
¿Dónde encontrar a Dios?
Lo leí en Internet. Concretamente en un artículo de la Web Religión Digital. Lo que no recuerdo es quién era el el autor. Me hubiera gustado citarlo y volver a releer el artículo (leo muy aprisa, sobre todo si es en pantalla. Por eso prefiero los libros: cuando encuentro algo que me llama la atención, lo subrayo e incluso tomo algún apunte). Si mi memoria no me falla, la idea era ésta: el griego quiere entender a Dios, busca conceptualizarlo; de ahí vienen las racionalizaciones teológicas, las formulaciones dogmáticas. Para el judío, Dios es misterio, no se le puede entender, desborda nuestra capacidad. Verlo cara a cara significa morir. Lo importante es buscarlo y encontrarlo, aunque sea bajando el rostro.
La pregunta importante, para quienes nos situamos en la tradición abráhamica, es dónde encontrar a Dios. Para los que nos decimos cristianos, la primera respuesta, a bote pronto, es en Jesús, su rostro humano. Ciertamente, su vida, su mensaje, expresado fundamentalmente en parábolas, es una vía directa para salir al encuentro de esa realidad envolvente que en Él se nos revela como Padre-Madre amoroso. Y a Jesús llegamos gracias a los evangelios y a esa comunidad de creyentes que es el Pueblo de sus seguidores, donde tantos de ellos, de la base y también de la jerarquía, dan testimonio con sus vidas ejemplares de los que es el trabajo por el reinado de Dios. (Lo cual no quita para que en esa Iglesia se den también numerosos antitestimonios de conductas escandalosas de toda índole, de quienes quieren secuestrar al mismo Dios para afianzar su poder y que resultan mucho más noticiables que los otros).
Pero resulta que hay otros caminos necesarios para aproximarnos a Dios. En los seres humanos con los que cada día nos relacionamos, en los encuentros interhumanos en los que se va forjando recíprocamente nuestra personalidad. Especialmente con las víctimas, con los últimos. Siempre que no volvamos la mirada, no cerremos nuestros oídos sus sufrimientos. Si sabemos condolernos con ellos y actuamos en consecuencia, allí está Él, aunque ni siquiera seamos conscientes de ello.
Si sabemos entrar en nuestro interior, si hacemos el silencio para ir más allá de nuestra mente, al profundizar en nuestro corazón nos encontraremos con Dios. No es fácil acogerse a la interioridad, no dejarse atrapar por distracciones externas e internas, abrir nuestro oído íntimo a la escucha profunda. Percibir la honda comunión con el universo y con Quien lo sustenta no es un privilegio reservado a una minoría selecta, está al alcance de quienes se lo propongan, con una buena guía.
La naturaleza misma con sus bellezas, de los más pequeño a lo más inmenso, es otra vía por la que cual podamos iniciar el acceso a esa Luz que llamamos Dios. Naturaleza con la cual estamos en una situación doble: formamos parte de ella y al mismo tiempo estamos enfrente de ella, podemos -debemos- escudriñar sus leyes de funcionamiento. Somos la especie que más la ha alterado. A menudo, para mal. Como los seres humanos somos no sólo biología, sino también historia y además sujetos morales, tenemos también responsabilidades frente a la naturaleza. En esa admiración por el universo, en ese cuidado por conservarlo, podemos acercarnos a Quien puso en marcha la creación y luego no se desentendió de la misma, sino que, desde dentro de ella respetando totalmente su autonomía, la está alentando y vivificando. Y nosotros, creados co-creadores, hemos de asumir esa responsabilidad, acercándonos con ello al Señor de la Vida.
Y ¿de dónde brota ese afán que, a lo largo de la historia, hemos manifestado los humanos por encontrar al mismo Dios?. Soy de los que creen que esa inquietud profunda que es un anhelo de sentido, una rebeldía por superar nuestra frágil caducidad, está en nuestras entrañas porque Él mismo la colocó. ¿Acaso no tenemos esa sed insaciable porque sólo al encontrarLe podemos colmarla?. Rebeldía y esperanza acompañan esa búsqueda. No nos resignamos al absurdo y a la nada definitiva... (Pedro Zabala)

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