¿Puede el hombre expulsar a su mujer?
El evangelio de Marcos ha recogido aquí un pasaje escandaloso de Jesús, que se
atreve a superar la “Ley sagrada de Moisés” que concede al varón el
poder de “regular” el matrimonio, expulsando a la mujer que no le
conviene, para situar la unión del hombre y la mujer a la luz
de la Palabra original de Dios, que es principio de fidelidad y comunión
personal para siempre
Éste no es un texto de ley, pues en ese plano bastaría la
doctrina de Moisés, que concede al varón el poder sobre su esposa, u
otra ley semejante, según las circunstancias de tiempos y lugares (como
los nuestros, que son en este campo mucho más justos que los anterior en
lo que se refiere a la ley del matrimonio).
Éste un texto constituyente y prelegal, un texto que nos sitúa ante la
voluntad primera de Dios, que es voluntad de amor duradero, y fuente de
amor mesiánico (que nos sitúa ante aquello que deber ser la relación
primera de un hombre con una mujer, o de dos personas, en matrimonio.
Es un texto largo en consecuencias, que comentaré retomando algunos argumentos de mi libro sobre Marcos, sin desarrollarnos todos. Acuda allí quien quiera fundamentar lo que aquí digo.
No es un texto de ley (como diré), sino de revelación “pre-legal” del sentido y consecuencias de la fidelidad entre personas.
Como sabe la tradición del NT (Mateo, Pablo…) las regulaciones
concretas de los matrimonios que se rompen deben tener en cuenta otros
aspectos ya concretos de la vida humana. Buen fin de semana a todos.
Texto
(a. Tema) 1 Y saliendo de aquel lugar llegó a los confines de Judea y al otro lado del Jordán y de nuevo la gente se fue congregando ante él y, como tenía por costumbre, se puso de nuevo a enseñarles. 2 Y acercándose unos fariseos, para ponerlo a prueba, le preguntaron: ¿puede el hombre expulsar a su mujer?
(b. Jesús) 3 Y respondiendo les dijo: ¿Qué os prescribió Moisés? 4 Ellos contestaron: Moisés ordenó escribir un documento de divorcio y despedirla. 5 Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón escribió Moisés para vosotros este mandato. 6 Pero al principio de la creación Dios los hizo macho y hembra. 7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer 8 y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una carne. 9 Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre
(c. Ratificación) 10 Y estando de nuevo en casa, los discípulos le preguntaron sobre esto 11 y él les dijo: Si uno despide a su mujer y se casa con otra, adultera contra ella 12 y si ella despidiendo a su marido se casa con otro, adultera (Mc 10, 1-12).
El texto tiene tres partes
(a) Los fariseos (10, 1-2) parten de la ley de Dt 24, 1-3, que
permite al varón expulsar a la mujer (divorciarse de ella) con la
condición de darle un documento de libertad (libelo de repudio).
(b) Jesús (10, 3-9) reinterpreta aquel pasaje del Deuteronomio y lo
relativiza, tomándolo como una concesión temporal («por la dureza de
vuestro corazón... »: 10, 5), buscando y citando un texto anterior y más
importante, que se opone a ese derecho del varón esposo (Gen 1, 27; 2,
24).
(c) La ratificación final de Jesús, cuando están ya en casa (10,
11-12), proviene, sin duda, de la Iglesia de Marcos, que actualiza y
aplica de un modo universal el dicho de Jesús (en una línea que distinta
de la que ofrecerá más tarde Mateo) .
Dejo los detalles técnicos, para comentar las dos primeras partes,
situando la relación del hombres y la mujer (el matrimonio) ante la
voluntad original del Dios bíblico, tal como ha sido formulada por
Jesús.
1. Mc 10, 1-2. TEMA FARISEO: ¿PUEDE EL VARÓN EXPULSAR A LA MUJER?
Según Marcos, los fariseos no preguntan para buscar la verdad o
iniciar un diálogo académico, sino para tentar a Jesús (peiradsontes
auton: 10, 2), desde una perspectiva bíblica . En esa perspectiva, ellos
tienden a concebir el matrimonio como un contrato de dominio: el varón
adquiere a la mujer y puede dejarla en libertad al repudiarla (al
divorciarse de ella). Desde ese fondo tientan a Jesús, para mostrarle
que su ideal de fidelidad resulta imposible y que, además, va en contra
de la Ley, que concede al varón el poder de “expulsar” a su mujer,
dentro de un orden jerárquico donde el de arriba (marido), puede y debe
dominar a los de abajo (en este caso, a la mujer).
Estos fariseos piensan que el matrimonio debe regularse a través de
una ley que está en manos del varón (no del estado, como en tiempos
posteriores). Ellos suponen que allí donde la ley jerárquica pierde
importancia, allí donde el varón cede su derecho preferencial, el
matrimonio quiebra y queda a merced del puro deseo cambiante de los
hombres (varón y mujer). Precisamente para asentarlo en una firme
voluntad y palabra reconocen los judíos (fariseos) al varón el poder de
divorciarse.
2. MC 10, 3-9. JESÚS, DOCTRINA ORIGINAL SOBRE EL MATRIMONIO
El tema no es el divorcio en general, sino si el varón (anêr) puede
despedir, es decir, expulsar (apolysai), a la mujer (gynê). Los
fariseos saben leer la Escritura y, de esa forma, apoyándose en una la
ley bíblica (Dt 24, 1-3), quieren poner en aprieto a Jesús, suponiendo
antemano, que su actitud (su forma de tratar a varones y mujeres, su
forma de dar la palabra a las mujeres) va en contra de la Ley (y en
especial de la ley del divorcio), donde se supone que el varón puede
expulsar a la mujer.
a. Nueva interpretación de la Escritura.
Los fariseos tientan a Jesús con un argumento de Escritura, y Jesús
les responde con otro, apelando a un “estrato” más profundo de la
Palabra de Dios, para fundamentar así el carácter básico de la fidelidad
matrimonial que, conforme a Gen 1, 27, tiene primacía sobre unas leyes
posteriores que Moisés habría formulado sólo para hombres como estos
fariseos que le tientan (cf. hymin: 10, 3). Jesús supera así una ley
particular (restrictiva, al servicio de algunos), para buscar la
voluntad original de Dios, en una línea cercana a la que desarrolla
Pablo en Rom 5. Como buen hermenéutica, este Jesús de Marcos sabe buscar
la palabra original de Dios (formulada en el Génesis), más allá de la
ley particular y patriarcalista de Moisés, recuperando de esa forma el
sentido de la humanidad mesiánica (con un argumento paralelo al de 7,
8-13). Todo nos permite suponer que esta primera respuesta ha sido
formulada por el mismo Jesús:
− El plano de Ley, Jesús acepta la norma del divorcio (10, 3-4), prescrita por Moisés (Dt 24, 1-3), pero sólo como una concesión particular y secundaria: ¡Por la dureza de vuestro corazón...! (10, 5). Reconoce la existencia de esa ley, pero la entiende como norma provisional, que proviene del endurecimiento humano y que sirve para controlar una posible violencia (o riesgo de ruptura) matrimonial, pero empleando para ello unos medios de violencia o poder jerárquico, donde los más fuertes (los varones) pueden expulsar a sus mujeres, pero no al contrario. A su juicio, esa ley refleja el duro corazón de algunos varones, su deseo posesivo, su violencia.
− Sobre esa ley, apela a la fidelidad original del Dios de la alianza: «Al principio (arkhê) los hizo macho y hembra... de manera que no han de ser ya dos sino una carne» (10, 6-9; cf. Gén 1, 27; 2, 24). Al citar ese pasaje, Jesús sitúa al ser humano en su misma fuente, es decir, en el lugar donde varón y mujer pueden vincularse para siempre, en igualdad (sin dominio de uno sobre otro). Por encima de una ley que reprime o regula la vida con violencia, en perspectiva de varón, emerge aquí la vida compartida de varones y mujeres que celebran el amor de manera no impositivo, en fidelidad personal.
Esa respuesta ha vinculado dos pasajes de Escritura (Gen 1, 27 y 2,
24), interpretando el uno desde el otro, conforme a una técnica
exegética que podían emplear (y han empleado) en un plano formal
diversos grupos judíos de su tiempo. Pero Jesús no lo ha hecho de un
modo puramente formal, sino volviendo, de manera programada, al origen
de lo humano, tal como ha sido formulado en Gen 1 y Gen 2-3, sobre una
base de unión personal del varón y la mujer, antes de toda imposición de
un sexo y de toda ley patriarcalista que permite a los varones el
derecho al divorcio, para controlar de esa manera a las mujeres.Al negar
al varón ese derecho de expulsar a la mujer, Jesús quiere situar a
varones y mujeres en las fuentes de la creación, tal como aparece en la
Escritura (Génesis).
En ese sentido podemos afirmar que redescubre y ratifica en su
verdad más nueva (en su proyecto mesiánico) aquello que un judío puede
considerar como la verdad más antigua, es decir, la realidad del ser
humano, de manera que hombres y mujeres puedan unirse (vincularse) en
igualdad y entrega mutua, para siempre, más allá del dominio de uno
sobre el otro. De esa forma vuelve a la arkhê ktiseôs (10, 6), al
principio de la creación, distinguiendo, según eso, dos niveles.
(a) En el principio (Gen 1-2) descubre Jesús la voluntad de Dios,
expresada a modo de igualdad de varón y mujer, pues ambos forman una
sola carne, de manera que ellos se unen en el nivel de “las cosas de
Dios (10, 9), que 8, 33 entendía en clave de entrega de la vida y no de
dominio o poder de unos sobre otros (en contra de Roca). La fidelidad
del Dios de la alianza funda la alianza fiel del matrimonio, que puede
compararse y se compara con la entrega mesiánica de Jesús. Es evidente
que aquí no se formula de manera expresa el “fondo cristológico” de la
unidad matrimonial (como hará Ef 5, 21-33, aunque con riesgo de volver a
un tipo de patriarcalismo), pero el principio inspirador es el mismo:
Jesús se “entrega” a favor del reino, en gesto de fidelidad plena; de
igual manera ha de entregarse varón y mujer, sin que el varón tenga el
poder expulsar a la mujer (o viceversa) .
(b) En contra de esa voluntad de Dios (que es fuente de
fidelidad) se alza el deseo (=dureza de corazón) de los aquellos varones
(cf. 10, 5) que quieren regular por sí mismos (en casamiento y
divorcio) su autoridad sobre la mujer («separando aquello que Dios ha
unido»: 10, 9). Éstos son los que piensan al modo de los
hombres, como hacía Pedro, no al modo de Dios (cf. 8, 33), de manera que
Jesús supone que la misma Ley de Moisés ha de entenderse en este plano
como una “concesión” (hoy se diría un mal menor), que no responde a la
voluntad original de Dios. Eso significa que sólo como un “mal menor”,
como una “excepción” (mientras dure el “mal” de los varones), puede
entenderse este tipo de divorcio, entendido en la línea de Moisés, como
poder que el varón del varón sobre las mujeres.
Al interpretar la Ley de esa manera, Jesús choca en principio con la
exégesis normal de muchos escribas, pues declara que una parte de su
ley es creación de hombres (varones) y no expresión de la voluntad
original de Dios, como dirá Pablo de un modo más argumentativo en Gal y
Rom. Es evidente que, al responder de esta manera, Jesús no propone una
nueva ley matrimonial, pues como ley puede seguir la de Moisés o alguna
otra, creada por los hombres (en plano de imposición), sino que apela a
la voluntad original de Dios, que no puede situarse en un nivel de Ley.
b. Buscando la voluntad originaria de Dios.
La interpretación bíblica de Jesús es puramente judía, pero va en
contra del tipo de judaísmo de los fariseos (cf. 10, 12), que aparecen
aquí como tentadores. Ellos necesitan regular la vida por ley y tienden a
pensar, además, que entre el origen (creación) y la promulgación
positiva de las leyes de Moisés existe una identidad de base. Pues bien,
en contra de eso, Jesús descubre un desfase entre ambos planos, de
manera que a su juicio el “judaísmo legal” representa un tipo de caída
respecto al ideal del Génesis. No es que Jesús rechace a Moisés, pero,
como otros muchos grupos apocalípticos de su tiempo, él ha querido
fundar la raíz de su movimiento y programa más allá de Moisés, aunque no
en Henoc, Matusalén u otros patriarcas antidiluvianos, sino en Adán y
Eva, conforme a la misma Biblia de Moisés (en la misma línea que sigue
Pablo en Rom). En ese sentido, podríamos decir que él va más allá de un
Moisés particular (tal como se expresa en la ley concesiva de Dt 24,
1-3), al Moisés originario, que se expresa en Gen 1-2. Aquí se fundan
sus dos afirmaciones, fundadas en dos textos complementarios del
principio de la Biblia, en los que se ratifica la unión y la igualdad
del varón y la mujer:
-- Según Gen 1, 27, Dios no creó al varón con poder sobre la mujer (como
suponen los fariseos de 10, 10), sino que los creo varón y hembra
(arsen kai thêly: 10, 6, cf.). En este contexto no se puede hablar, por
tanto, de un Adam/primero y una Eva/posterior o derivada, sino que ambos
han surgido al mismo tiempo, como seres complementarios de una
humanidad dual. Conforme a este pasaje, el anêr/varón de los fariseos
(10, 2) no puede arrogarse el poder de expulsar a la gynê/mujer, pues
ambos se encuentran vinculados en principio, en igualdad, sin que uno
pueda presentarse como superior al otro.
-- Según Gen 2, 24, el anthropos/varón dejará al padre/madre
y se unirá a su gynê/mujer y serán ambos una sóla sarx o realidad
humana (10, 7-8; cf.). Pasamos así de Gen 1 (texto más
sacerdotal), donde varón y mujer se hallaban juntos, desde el principio)
a Gen 2 (más profético), donde parece que la historia empieza a
contarse desde la perspectiva del varón/Adán, del que provendría la
mujer/Eva), para añadir, en este contexto, que, para realizarse en su
verdad, el mismo hombre/varón ha de "romper" con su origen (padre/madre)
y vincularse en unidad definitiva y concreta con su esposa (formando
una sarx con ella), en unión que no es algo exterior, que puede
romperse, como parecía suponer la ley deuteronómica del divorcio, sino
que es elemento radical de su constitución humana .
Eso significa que el varón no tiene “poder” para expulsar a la mujer, como suponen los fariseos en 10, 2, apelando
a Dt 24. Al negar al varón este “derecho”, Jesús está rompiendo la
espina dorsal del patriarcalismo, fundado en el dominio del varón/esposo
sobre su mujer y sus hijos. El varón no es “antes” que la mujer, pues
ambos nacen juntos (Gen 1); el varón no puede expulsar a la mujer pues
ha sido precisamente él quien más ha tenido que romper (¡ha debido dejar
padre y madre, la estructura de la vieja casa!) para vincularse con la
mujer en matrimonio . Desde ese fondo se podemos insistir de nuevo en
los dos niveles del matrimonio:
-- Hay un matrimonio por ley, que puede estar representado
por los fariseos que ratifican la imposición patriarcalista de Dt 24,
1-3, que concede al varón autoridad sobre la mujer, tanto al
escogerla (en contrato que realiza con el padre de la mujer, no con
ella) como al expulsarla después, si lo decide (10, 2.4). Ese matrimonio
no se funda ni define sobre bases de unidad y vinculación humana, sino
de ley, ratificando el dominio del varón sobre la mujer. Ciertamente,
podía haber y había mucho amor y gratuidad en muchos matrimonios de tipo
fariseo, pero la estructura de fondo, avalada por ley de varones,
resultaba posesiva, de manera que la mujer aparecía como posesión del
marido.
-- Hay un matrimonio por humanidad. Superando el nivel
anterior, Jesús funda el matrimonio en aquello que pudiéramos llamar la
esencia originaria de la vida, que no proviene de la ley del
varón, que se desposa con la mujer que él quiere, para expulsarla cuando
le conviene, sino que forma parte de la misma realidad humana, creada
en dualidad de varón/mujer (Gen 1). En este contexto el hombre es quien
más ha de romper (separarse de los padres) y arriesgar (entregarse a la
mujer) para formar un verdadero matrimonio. Sólo a través de la renuncia
y riesgo del varón, que pone su vida en manos de la mujer, surge el
matrimonio. De esa forma, uno y otra, varón y mujer, se vinculan
gratuitamente, sin dominio de uno sobre otro. El varón no puede expulsar
a la mujer cuando desea, ni casarse con ella cuando le apetezca o
convenga, sino que han de actuar ambos en común, en gesto de unión
personal que se funda en la misma alianza divina .
La razón farisea es clara en perspectiva histórica: el varón ha
utilizado un tipo de independencia genética (no está “limitado” por
menstruaciones o partos) y de poder físico (fuerza muscular) para
controlar a la mujer a lo largo de siglos; así aparece en realidad como
si fuera dueño de ella. La experiencia de Jesús nos reconduce al
principio de la “creación”, a la estructura original del ser humano,
allí donde varones y mujeres emergen como iguales y el varón ha de
renunciar a su poder para unirse en paridad con su esposa. La fidelidad
que Jesús pide al varón (con la renuncia a su poder sobre la esposa)
implica que él debe superar el sistema patriarcalista .
Es evidente que esa perspectiva se puede invertir y completar desde
el punto de vista de la mujer, diciendo que también ella debe abandonar
su posible independencia egoísta para unirse al varón, pues ambos forman
una sola carne (eis sarka mian: 10, 9). Esa unidad pertenece al
proyecto creador de Dios: no es algo que varón y mujer puedan tomar o
dejar a su antojo, sino expresión de un misterio de fidelidad que se
refleja en el matrimonio “indisoluble” (no está en manos de la voluntad
dominadora del varón).
Jesús revela de esa forma la tarea del ser humano como
exigencia de ruptura (cada uno debe superar su seguridad precedente) y
de fidelidad dual, entendida en clave de resurrección (cada uno
encuentra su plenitud pascual en el otro). En un plano, podemos
afirmar que la mujer gana: empieza a ser persona, responsable de sí,
capaz de decir su palabra; por eso, el varón pierde: ya no puede dominar
a su mujer con el arma del divorcio. Pero en sentido más profundo los
dos ganan: se convierten de manera igualitaria en caminantes; inician un
proceso de amor que supera un matrimonio concebido como dominio de una
parte (varón) o de un grupo (clan familiar).
El mismo Dios garantiza ese proceso de fidelidad, que empieza de
nuevo en cada matrimonio. Realizarse como humano (varón o mujer) es
romper el pasado que define (cierra, determina) a cada uno por aislado
para realizarse juntos en proyecto de entrega compartida (dándose uno al
otro para siempre).
Dios fundamenta la distinción de los sexos (arsen kai thêly) y, al
mismo tiempo, el camino de ruptura creadora (el varón debe abandonar a
sus padres…), en camino de ruptura que culmina en la unión definitiva
del hombre y la mujer (anthropos kai gynê), que se vinculan a nivel de
carne nueva (realización vital concreta, en ámbito de entrega). Por
encima de todas las posibles leyes de divorcio emerge así la experiencia
bellísima y posible (siempre gratuita) de un encuentro personal
permanente
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