sábado, 24 de noviembre de 2012

Año de la fe 2. El Credo de Jesús (Escucha Israel...)


El punto de partida de la confesión cristiana es el anuncio escatológico de Jesús (¡Llega el Reino!), inseparable de su mensaje y entrega en favor de excluidos del sistema de sacralidad del templo. Pensaban (y piensan) otros judíos que la esperanza sigue abierta, pues Dios no ha culminado su manifestación, ni ha llegado la plenitud para los hombres. Jesús, en cambio, anuncia y expresa de forma solemne su llegada: "Se ha cumplido el Tiempo se ha acercado el Reino de Dios. Convertíos y creed al Evangelio" (Mc 1, 15).

El objeto primero de la fe es el Reino, la certeza de que Dios se manifiesta ya y expresa su acción salvadora: este es el evangelio, noticia buena, novedad de gracia y presencia de Dios para los pobres. Eso significa que ha llegado el Momento: no estamos dominados, a la fuerza, sometidos bajo poderes de opresión, de tipo social y personal, económico y religioso (violencia y enfermedad, expulsión y pobreza, impureza y muerte). Se cumple así la verdadera creación iniciada en Gen 1: podemos vivir reconciliados, convertidos desde y para el Evangelio, buena nueva de reconciliación universal. Esta confesión de Reino es don de Dios, Evangelio que los fieles deben acoger con fe, superando las normas familiares y sociales, religiosas y económicas, fijadas por ley o sistema.
Esa novedad y gracia del Reino puede y debe transformar a los humanos y así lo dice el texto al añadir: convertios y creed. La dinámica interior de esas palabras empieza desde el fin. Primero es confesar la fe: ponerse en manos de Dios y su Reino. Segundo es convertirse: la fe enriquece y capacita a los hombres para vivir en gratuidad, según Jesús, todos vinculados. Esta confesión y conversión es universal. No incluye los posibles dogmas particularistas de iglesias o grupos que escinden a los fieles. En principio, pueden asumirla todos los que acepten el proyecto y acción liberadora de Jesús.
Esta confesión se inserta en la Ley fundamental de Israel, expresada por el shema ('amarás a tu Dios': Dt 6, 4-5), que los cristianos asumen como clave de su fe y compromiso, introduciendo a su lado la experiencia paralela y complementaria, que expresa y ratifica toda la acción de Jesús: 'y al prójimo como a ti mismo' (Lev 19, 18). Así ha formulado el evangelio su más hondo mandamiento o credo, de tradición israelita e impronta mesiánica, con sus dos artículos unidos de forma inseparable: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma... Amarás a tu prójimo como a ti mismo" ( cf. Mc 12, 29-31 par).
Fe de Jesús, doble "mandamiento":
Este doble y único mandamiento forma el primer credo cristiano, es punto de partida y centro de toda confesión, aunque a veces algunos, ocupados en fijar y mantener palabras adecuadas de otros credos posteriores, parezcan olvidarlo.
Los cristianos son, por tanto, israelitas que interpretan el shema desde el evangelio, confesando por Jesús el Reino, uniendo los mandatos de amor a Dios y al prójimo, pues ambos son inseparables. Ciertamente, el amor de Dios sigue en la base, pero se expande y expresa por el prójimo (cf. Lev 19, 33), entendido desde la opción de Jesús a favor de los expulsados del sistema social y sacral (israelita o gentil), como destaca la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37). La confesión de vida mesiánica vincula así el amor a Dios y al prójimo más necesitado, como doble y único credo-mandamiento, que funda la vida de la humanidad. Por una parte dice que el israelita mesiánico ha de amar a Dios con todo el corazón y toda el alma, descubriéndose capaz de entrega personal y afecto. Por otra, que ha de amar al prójimo como se ama a sí mismo, desarrollando así él amor que tiene por sí mismo.
− Este es un credo fácil y en principio pueden admitirlo musulmanes y judíos, igual que otros creyentes (budistas, hindúes) e incluso no creyentes de 'buena voluntad', que entenderán a 'Dios' como símbolo de aquello que define y sustenta a los humanos (ser profundo, verdad, vida) y supongan que ha llegado el 'tiempo' de la plenitud en amor para los hombres.
− Es un credo exigente, pues implica descubrir al otro (es 'como yo') y regalarle vida. Teóricamente parece más fácil creer, por ejemplo, en la Trinidad y otros 'dogmas', pues sólo piden al fin algo limitado: pueden aceptarse básicamente, sin compromiso personal. Por el contrario, el amor al prójimo, entendido exige un compromiso de acción incondicional a favor de los demás.
Este credo puede vincular a los cristianos con muchos no cristianos, pues no incluye templos ni iglesias especiales, figuras mesiánicas ni revelaciones particulares, sino experiencia y compromiso universal de Amor a Dios (primer misterio), que nos capacita para amar a los demás como nosotros nos amamos (segundo misterio).
Este es un credo de racionalidad comunicativa y supone que los hombres pueden y deben compartir la vida, en un nivel concreto, de carne, pues se encuentran fundados en una Gracia antecedente de Amor que es Dios, fuente de toda comunión concreta.
Este es un credo de comunión inter-humana: el creyente encuentra a Dios como Amor en las raíces de su vida (en su carne, corazón y mente), descubriendo que puede y debe amar a los demás como 'otro yo', aceptarles en su diferencia, queriendo que sean lo que ellos mismos quieran, y ayudándoles a serlo, sin imponerles las normas o leyes de su grupo.
Este credo rompe o supera las estructuras de seguridad y separación social, nacional, económica o religiosa, pues afirma que cada prójimo es presencia de Dios y fuente de identidad para el creyente (he de amarle como 'a mí mismo'), de modo que, en principio, puede vincular en la carne de la vida, por encima de todo sistema o credo parcial, a los hombres concretos del mundo. Este es un credo que supera todo credo, pues afirma que sólo vale el hombre, como signo de Dios y hermano de los hombres.
Esta confesión mesiánica tiene, según eso, un contenido práctico y ha de interpretarse desde el compromiso de Jesús a favor de los expulsados del templo de Jerusalén y de los restantes oprimidos de la tierra. En esta perspectiva, el cristiano es un israelita que traduce la experiencia del amor de Dios como amor a los impuros, que parecen y son peligrosos a los ojos del orden establecido. Ciertamente, hay un amor de sistema: de hermanos a hermanos, de buenos a buenos, conforme a una circularidad sagrada o conveniencia de conjunto. Ese amor vale para triunfar en línea de compensación económica (amar para que te amen, dar para que te den, como un en banco: cf. Mt 5, 43-48 par; Lc 14, 7-14). Por eso puede calcularse según ley, pero deja fuera de su círculo a los otros, caídos a la vera del camino, como el que bajaba de Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30), hambrientos, exilados, enfermos y encarcelados de Mt 25, 31-46, que no caben en el buen sistema
.
Esta confesión cristiana es principio de comunicación en gratuidad y tiene dos artículos que superan la ley de un tipo de sistema social, político, intelectual o religioso que se cierra en sí mismo.
1.Amor a Dios como gratuidad originaria y sentido de todo lo que existe. Cristianos son, por tanto, los que afirman el amor como fenómeno y esencia primigenia.
2) Amor al prójimo como exigencia de comunicación universal, que se expresa en forma de servicio en favor de los necesitados y enemigos, superando así el orden de todo sistema. El mismo pueblo, Israel o la Iglesia, quedan en un segundo plano. Sólo importa el prójimo, sin más raza o apellido, como carne necesitada de amor.
Esta confesión de evangelio no cita aún a Jesús, pero asume su camino: sus discípulos no creen todavía en él, sino como él. Es tiempo del Reino y la confesión de amor de Dios es el amor al prójimo.

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