El punto de partida de la confesión cristiana es el anuncio escatológico de Jesús (¡Llega el Reino!), inseparable
de su mensaje y entrega en favor de excluidos del sistema de sacralidad
del templo. Pensaban (y piensan) otros judíos que la esperanza sigue
abierta, pues Dios no ha culminado su manifestación, ni ha llegado la
plenitud para los hombres. Jesús, en cambio, anuncia y expresa de forma
solemne su llegada: "Se ha cumplido el Tiempo se ha acercado el Reino de
Dios. Convertíos y creed al Evangelio" (Mc 1, 15).
El objeto primero de la fe es el Reino, la certeza de que Dios se manifiesta ya y expresa su acción salvadora: este
es el evangelio, noticia buena, novedad de gracia y presencia de Dios
para los pobres. Eso significa que ha llegado el Momento: no estamos
dominados, a la fuerza, sometidos bajo poderes de opresión, de tipo
social y personal, económico y religioso (violencia y enfermedad,
expulsión y pobreza, impureza y muerte). Se cumple así la verdadera
creación iniciada en Gen 1: podemos vivir reconciliados, convertidos
desde y para el Evangelio, buena nueva de reconciliación universal. Esta
confesión de Reino es don de Dios, Evangelio que los fieles deben
acoger con fe, superando las normas familiares y sociales, religiosas y
económicas, fijadas por ley o sistema.
Esa novedad y gracia del Reino puede y debe transformar a los
humanos y así lo dice el texto al añadir: convertios y creed. La
dinámica interior de esas palabras empieza desde el fin. Primero es
confesar la fe: ponerse en manos de Dios y su Reino. Segundo es
convertirse: la fe enriquece y capacita a los hombres para vivir en
gratuidad, según Jesús, todos vinculados. Esta confesión y conversión es
universal. No incluye los posibles dogmas particularistas de iglesias o
grupos que escinden a los fieles. En principio, pueden asumirla todos
los que acepten el proyecto y acción liberadora de Jesús.
Esta confesión se inserta en la Ley fundamental de Israel, expresada por el shema ('amarás a tu Dios': Dt 6, 4-5), que los cristianos asumen como clave de su fe y compromiso, introduciendo a su lado la experiencia paralela y complementaria, que expresa y ratifica toda la acción de Jesús: 'y al prójimo como a ti mismo' (Lev 19, 18). Así ha formulado el evangelio su más hondo mandamiento o credo, de tradición israelita e impronta mesiánica, con sus dos artículos unidos de forma inseparable: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma... Amarás a tu prójimo como a ti mismo" ( cf. Mc 12, 29-31 par).
Fe de Jesús, doble "mandamiento":
Este doble y único mandamiento forma el primer credo cristiano, es
punto de partida y centro de toda confesión, aunque a veces algunos,
ocupados en fijar y mantener palabras adecuadas de otros credos
posteriores, parezcan olvidarlo.
Los cristianos son, por tanto, israelitas que interpretan el shema
desde el evangelio, confesando por Jesús el Reino, uniendo los mandatos
de amor a Dios y al prójimo, pues ambos son inseparables. Ciertamente,
el amor de Dios sigue en la base, pero se expande y expresa por el
prójimo (cf. Lev 19, 33), entendido desde la opción de Jesús a favor de
los expulsados del sistema social y sacral (israelita o gentil), como
destaca la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37). La confesión de
vida mesiánica vincula así el amor a Dios y al prójimo más necesitado,
como doble y único credo-mandamiento, que funda la vida de la humanidad.
Por una parte dice que el israelita mesiánico ha de amar a Dios con
todo el corazón y toda el alma, descubriéndose capaz de entrega personal
y afecto. Por otra, que ha de amar al prójimo como se ama a sí mismo,
desarrollando así él amor que tiene por sí mismo.
− Este es un credo fácil y en principio pueden admitirlo musulmanes y judíos, igual que otros creyentes (budistas, hindúes) e incluso no creyentes de 'buena voluntad', que entenderán a 'Dios' como símbolo de aquello que define y sustenta a los humanos (ser profundo, verdad, vida) y supongan que ha llegado el 'tiempo' de la plenitud en amor para los hombres.
− Es un credo exigente, pues implica descubrir al otro (es 'como yo') y regalarle vida. Teóricamente parece más fácil creer, por ejemplo, en la Trinidad y otros 'dogmas', pues sólo piden al fin algo limitado: pueden aceptarse básicamente, sin compromiso personal. Por el contrario, el amor al prójimo, entendido exige un compromiso de acción incondicional a favor de los demás.
Este credo puede vincular a los cristianos con muchos no
cristianos, pues no incluye templos ni iglesias especiales, figuras
mesiánicas ni revelaciones particulares, sino experiencia y compromiso
universal de Amor a Dios (primer misterio), que nos capacita para amar a
los demás como nosotros nos amamos (segundo misterio).
Este es un credo de racionalidad comunicativa y supone que los hombres pueden y deben compartir la vida, en un nivel concreto, de carne, pues se encuentran fundados en una Gracia antecedente de Amor que es Dios, fuente de toda comunión concreta.
Este es un credo de comunión inter-humana: el creyente encuentra a Dios como Amor en las raíces de su vida (en su carne, corazón y mente), descubriendo que puede y debe amar a los demás como 'otro yo', aceptarles en su diferencia, queriendo que sean lo que ellos mismos quieran, y ayudándoles a serlo, sin imponerles las normas o leyes de su grupo.
Este credo rompe o supera las estructuras de seguridad y separación
social, nacional, económica o religiosa, pues afirma que cada prójimo
es presencia de Dios y fuente de identidad para el creyente (he de
amarle como 'a mí mismo'), de modo que, en principio, puede vincular en
la carne de la vida, por encima de todo sistema o credo parcial, a los
hombres concretos del mundo. Este es un credo que supera todo credo,
pues afirma que sólo vale el hombre, como signo de Dios y hermano de los
hombres.
Esta confesión mesiánica tiene, según eso, un contenido
práctico y ha de interpretarse desde el compromiso de Jesús a favor de
los expulsados del templo de Jerusalén y de los restantes oprimidos de
la tierra. En esta perspectiva, el cristiano es un israelita
que traduce la experiencia del amor de Dios como amor a los impuros, que
parecen y son peligrosos a los ojos del orden establecido. Ciertamente,
hay un amor de sistema: de hermanos a hermanos, de buenos a buenos,
conforme a una circularidad sagrada o conveniencia de conjunto. Ese amor
vale para triunfar en línea de compensación económica (amar para que te
amen, dar para que te den, como un en banco: cf. Mt 5, 43-48 par; Lc
14, 7-14). Por eso puede calcularse según ley, pero deja fuera de su
círculo a los otros, caídos a la vera del camino, como el que bajaba de
Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30), hambrientos, exilados, enfermos y
encarcelados de Mt 25, 31-46, que no caben en el buen sistema
.
Esta confesión cristiana es principio de comunicación en gratuidad y tiene dos artículos que superan la ley de un tipo de sistema social, político, intelectual o religioso que se cierra en sí mismo.
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Esta confesión cristiana es principio de comunicación en gratuidad y tiene dos artículos que superan la ley de un tipo de sistema social, político, intelectual o religioso que se cierra en sí mismo.
1.Amor a Dios como gratuidad originaria y sentido de todo lo que
existe. Cristianos son, por tanto, los que afirman el amor como fenómeno
y esencia primigenia.
2) Amor al prójimo como exigencia de comunicación universal, que se
expresa en forma de servicio en favor de los necesitados y enemigos,
superando así el orden de todo sistema. El mismo pueblo, Israel o la
Iglesia, quedan en un segundo plano. Sólo importa el prójimo, sin más
raza o apellido, como carne necesitada de amor.
Esta confesión de evangelio no cita aún a Jesús, pero asume
su camino: sus discípulos no creen todavía en él, sino como él. Es
tiempo del Reino y la confesión de amor de Dios es el amor al prójimo.
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