Cristianos
son aquellos que "confiesan" a Jesús, es decir, que confían en él... No
creen en unos dogmas separados, sino en la persona de Jesús como
mediador y enviado de Dios.
Así lo indica la primera confesión expresamente
cristológica del Nuevo Testamento: "A todo el que me confesare ante los
hombres, yo también le confesaré ante mi Padre que está en los cielos" (Mt 10, 32 par).
Confesar a Jesús, vivir desde Jesús
Esta es una confesión de entrega personal y de encuentro con Jesús y con aquellos en él representados, más
que de teoría o verdades generales (como ciertos credos posteriores).
No nos vincula con leyes o principios religiosos, sino con personas:
Jesús y sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Ella nos sitúa en el centro del
testimonio cristiano, orientado al amor concreto a los demás, no con
puras palabras, sino con obras de servicio: dar de comer, de beber,
acoger en la casa.
− Este es un credo o confesión a-titular, pues no
incluye los títulos que la Iglesia ha dado a Jesús (Cristo, Hijo de Dios
o Señor), sino el compromiso de seguirle, asumiendo su mensaje y
movimiento. Esta unión a Jesús, transmitida de diversas formas y
relacionada con el Hijo del Hombre (Hombre nuevo: cf. Lc 9, 26; 12, 8-9;
Mc 8, 38), es base de todos los credos posteriores.
− Esta es una confesión que se expresa en la vida.
Es eclesial (crea comunión) siendo supra-eclesial, pues desborda las
fronteras de cualquier grupo cerrado: no traza una valla en torno a los
puros, cumplidores de la alianza, sino que abre el amor de Dios, por
medio de Jesús (mesías de enfermos y pobres, leprosos y excluidos),
hacia los necesitados (Lc 10, 25-37). Centrándose en Jesús, amigo de
pobres y excluidos, este mandato desborda las fronteras de toda
institución, como sabrán los 'justos', que preguntan Señor ¿cuándo te
vimos hambriento y te dimos de comer...? (cf. Mt 25, 31-46).
Esta primera confesión expresamente cristiana no incluye
títulos mesiánicos de Jesús, ni recoge discusiones y matices sobre el
contenido ontológico de su realidad humana o divina, sino que implica un
encuentro con su persona y un compromiso en favor de su Reino, que
se expresa acogiendo en la carne a los excluidos del sistema y
superando la lógica sacral del talión, que parecían asumir algunos
círculos judíos. Esta es una confesión de vida. Ciertamente, al fondo
está Dios y al centro Cristo, pero ella no exige una fe expresa en sus
títulos divinos. Ser cristiano, es decir, hombre mesiánico, implica amar
a los demás (necesitados, enfermos, expulsados...) de un modo secular,
no como sistema. Esta es una confesión abierta a los que aman
gratuitamente, conozcan o ignoren a Jesús de un modo expreso. Él no ha
venido a fundar una religión particular, como superestructura, sino a
culminar la vida humana. Por eso podemos llamarle 'Palabra encarnada de
Dios' (cf. Jn 1, 14), Hijo de Hombre (ser humano). Se confiesa cristiano
(=humano) quien ama, así en gesto concreto de carne, a los demás
humanos.
Así lo ratifica la confesión pascual, que no implica un
rechazo de la historia de Jesús, sino al contrario: ratifica y mantiene
el valor de esa historia, al servicio de los pobres. Esta es
una confesión sorprendente y nueva: afirma que Dios ha resucitado de
hecho a Jesús, culminando la historia de los hombres. Pero, al mismo
tiempo, es la misma confesión antigua: asegura que la vida humana vale
en la medida en que se entrega en gratuidad por los demás, invirtiendo
las leyes del sistema. Sobre el mismo camino de muerte, donde todo se
engendra y corrompe en el mundo, conforme a una ley de muerte
inexorable, ha proclamado Dios la vida, resucitando en Amor a Jesús,
amigo de los pobres.
Los cristianos descubren así que Jesús no era un simple mensajero de Reino, sino que lo encarnaba en su persona y obra. Él cobra así una importancia que Moisés nunca tendrá en el judaísmo, ni Muhammad en el Islam, aunque su Sahada o confesión le distinga y eleve como profeta supremo. Judíos y musulmanes separan a Dios de tal forma que sus profetas (y todos los hombres) acaban siendo secundarios. Jesús, en cambio, expresa el valor divino de lo humano, es decir, la encarnación de Dios en los pobres y expulsados de la historia. En él se condensan y personifican las confesiones anteriores (llegada del Reino, amor a Dios y al prójimo), culminadas en el compromiso a-titular (a quien me confesare ante los hombres...). Lógicamente, la iglesia ha centrado en él su fe, elaborando así un credo histórico o, mejor dicho, personal, cristiano, centrando en Jesús la verdad de su mensaje. Estos son los elementos principales que están implicados en la nueva confesión, que toma forma cristológica:
Los cristianos descubren así que Jesús no era un simple mensajero de Reino, sino que lo encarnaba en su persona y obra. Él cobra así una importancia que Moisés nunca tendrá en el judaísmo, ni Muhammad en el Islam, aunque su Sahada o confesión le distinga y eleve como profeta supremo. Judíos y musulmanes separan a Dios de tal forma que sus profetas (y todos los hombres) acaban siendo secundarios. Jesús, en cambio, expresa el valor divino de lo humano, es decir, la encarnación de Dios en los pobres y expulsados de la historia. En él se condensan y personifican las confesiones anteriores (llegada del Reino, amor a Dios y al prójimo), culminadas en el compromiso a-titular (a quien me confesare ante los hombres...). Lógicamente, la iglesia ha centrado en él su fe, elaborando así un credo histórico o, mejor dicho, personal, cristiano, centrando en Jesús la verdad de su mensaje. Estos son los elementos principales que están implicados en la nueva confesión, que toma forma cristológica:
− Pascua. La primera confesión cristiana es
aquella donde los creyentes bendicen a Dios porque ha resucitado a Jesús
de entre los muertos (Rom 4, 24: 10, 9; 1Cor 6, 4; Hech 13, 30). En
sentido propio, más que cristológica, esta es una confesión teológica,
pues se centra en Dios y le define como aquel que ha resucitado a Jesús
de los muertos, avalando su vida y entrega de Reino. Ya no es sólo aquel
que ha liberado de Egipto a los hebreos (conforme al contenido de los
credos judíos), sino el que libera en Cristo a todos los humanos. Esta
confesión no niega la vida de Jesús, sino al contrario, la ratifica,
mostrando que ella permanece y culmina en la resurrección. La pascua no
viene simplemente después, por sorpresa, de modo que podría no haber
sido, sino que ella es la verdad de la historia de Jesús, como amor que
triunfa del odio, gratuidad que vence a la muerte.
− Plenitud final o parusía. Lógicamente, los
cristianos han ampliado la experiencia de pascua en línea de elevación y
futuro. Por eso afirman en su credo final que Jesús está sentado a la
derecha del Padre (cf. 1Ped 3, 22; Rom 8, 34; Ef 1, 20), ejerciendo de
esa forma su autoridad de amor sobre la historia de los hombres
(exaltación). Afirman finalmente que vendrá a juzgar a juzgar a vivos y
muertos (Hech 10, 42; 1Ped 4, 5; 2Tim 4, 1), culminando y cumpliendo de
un modo personal su primer anuncio: "el Tiempo se ha cumplido, llega el
Reino" (plenitud de la esperanza). Pero hay una novedad: ahora sabemos
que el Reino venidero se identifica con Jesús, que vincula y acoge en
torno a su persona (en su amor pascual) a los expulsados de la historia,
cojos-mancos-ciegos, hambrientos y cautivos, como sabe Mt 25, 3-46.
− Muerte. Es el escándalo supremo de la historia,
el 'último enemigo' (cf. Gen 2-3; 1Cor 15, 26), de forma que el mismo
Jesús ha sido derrotado por ella y por sus servidores, los agentes del
sistema. Pero al morir por puro amor Jesús ha elevado su gran protesta
de Reino contra los poderes de la muerte, de manera que el mismo Dios ha
venido a revelarse en ella como principio de resurrección. Por eso, los
cristianos confiesan que la muerte de Jesús es presencia suprema de
gracia y vida. Esta es la revelación central del evangelio: "Tanto amó
Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea
en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16; cf. Rom 8,
31-32). Dios no ha creado a los humanos para imponerles su dominio, ni
para exigirles que cumplan sus mandatos, sino para introducirse en su
camino, muriendo con ellos en debilidad y ofreciéndoles la gracia de su
vida. Por eso se dice en el centro del credo: 'padeció bajo Poncio
Pilato'.
− Vida histórica. Los cristianos antiguos no han
sentido la necesidad de citar los momentos de esa vida en los credos
oficiales (apostólico, niceno-constantinopolitano), que pasan de la
concepción-nacimiento a la pasión-muerte (como los misterios del Rosario
católico). Pero su valor es evidente: la historia de Jesús, sus palabra
y acciones de Reino, su entrega hasta la muerte, es esencial para la
fe, como han destacado los cuatro evangelios. Sólo son cristianos, de
manera confesional-expresa, aquellos que han descubierto y reconocido a
Dios en Jesús, profeta de la gracia creadora que, con su propia vida (en
él se identifican palabras y acciones), abrió un camino de Reino, desde
el reverso del sistema, en gracia y ternura, en esperanza para todos
los humanos.
− Principio histórico, nacimiento mesiánico.
Siguiendo la línea anterior, el misterio de la pascua se ha extendido
hacia atrás, para confesar que Jesús nació 'de Dios' y por su gracia. De
esa forma, sobre el testimonio del Nuevo Testamento (Lc 1, 28-36; Mt 1,
18-25; cf. Ignacio: Ef 18; Mgn 11; Tal 9), el primer credo 'apostólico'
afirma que Jesús fue "concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de
la Virgen María”. La iglesia ha rechazado de esa forma el riesgo
doceta, que vería a Jesús como avatar divino, en línea hindú. En
principio, la concepción por el Espíritu no implica una ruptura
biológica, de forma que la 'virginidad' de su madre puede interpretare
en sentido simbólico, sin implicaciones de sexo o biología (cf. Jn 1,
12-13). Pero gran parte de la iglesia, influida por un dualismo
helenista, ha destacado esa ruptura biológica, poniendo así en riesgo la
humanidad de Jesús. Hoy volvemos a saber que lo que importa no la
presencia creadora de Dios en la carne humana, entendida como principio y
lugar de encarnación de la Palabra divina (Jn 1, 14). Jesús ha
introducido en la historia de las generaciones un germen de unidad y
gracia que desborda la pura biología. Unidos con él, todos los creyentes
nacen de manera virginal, pues el misterio de Dios se introduce en la
carne humana, como muestra el símbolo bellísimo de la Virgen-Madre,
mujer universal, que representa a todos los humanos.
− Principio divino: viene de Dios. En otra
perspectiva, la tradición del Discípulo Amado (Jn 1, 1-14) ha presentado
a Jesús como ser divino originario, Logos, Hijo eterno de Dios que se
ha hecho carne en la historia humana. En esa línea se sitúa el credo
conciliar de Nicea-Constantinopla, al oponerse a los arrianos y decir
que "ha nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, Luz de
Dios, de la misma naturaleza que el Padre". Jesús es, por tanto, la
expresión carnal (=encarnación) del amor intra-divino: no es alguien que
ha empezado sin ser antes, un accidente transitorio de la historia,
sino que forma parte de la misma eternidad divina. Lo que Jesús ofrece
en amor a los humanos no es algo que nace en un momento, inventado por
acaso, contingencia de un tiempo que pasa, sino que brota de la esencia
de Dios, como Palabra encarnada.
De esta forma se ha expresado la diferencia dogmática cristiana. En
contra de lo que judíos y musulmanes han dicho y dirán sobre Moisés y
Muhammad, los cristianos afirman que Jesús pertenece al misterio de
Dios, pudiendo así unificar en comunión gratuita a todos los humanos.
Por eso introducen su figura en un esquema de revelación trinitaria,
junto al Padre y Espíritu Santo, aunque el credo que así han formulado
sigue estando básicamente centrado en muerte y pascua de Jesús. Esta es
la novedad cristiana: la Palabra de Dios se ha encarnado y mora (actúa)
en la misma carne de la historia, que viene a presentarse así como
principio de creatividad y comunicación en amor todos los humanos.
Los hombres no se unen ya por Ley (judíos), ni por un Corán
que les llega desde fuera (musulmanes). Tampoco se vinculan por ideas
superiores de bondad eterna (idealismo griego) o por las estructuras de
un sistema neo-liberal moderno que domina sobre todos (y expulsa de sus
beneficios a los más necesitados). Los seguidores de Jesús confiesan que
Dios ha hablado ya y que su Palabra se ha hecho carne en Jesús, vida
concreta, en dolor y en amor abierto a todos los humanos, desde la misma
carne (no por Ley o Corán, por Idea o Sistema).
Lógicamente, al afirmar la encarnación de Dios (= et incarnatus est)
en el canto de la liturgia solemne, los cristianos se han inclinado o
arrodillado, no para humillarse ante Dios sino, todo lo contrario, para
asumir su compromiso y gozo de encarnación a favor de todos os humanos.
Esta encarnación de Dios nos sitúa en el centro de la carne,
revelándonos así el valor divino de lo humano, y capacitándonos para
vivir en comunión concreta de solidaridad de carne, no de leyes o de
ideas. Por eso, los cristianos han destacado la figura e historia de
Jesús, comunicación encarnada, principio personal de amor en el que
todos pueden encontrarse, al dar la vida unos a otros y al hallarla unos
en otros, en donación pascual y esperanzada, que se mantiene y nos
mantiene en un nivel de carne (esto es, de comunión inmediata,
personal), empezando por los excluidos del sistema.
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