He venido presentando los principios de la fe cristiana (el Credo más antiguo), partiendo del Nuevo Testamento.
Sobre ese fundamento (la fe de Jesús, las primeras
confesiones cristianas del NT), la Iglesia ha elaborado una serie de
"credos" que recogen la experiencia básica de Jesús, pero la van
traduciendo de una forma "orgánica", en claves que, al fin, son de
cultura helenista.
Estos credos posteriores, que hoy presento, son fundamentales, y entre ellos destacan dos: El Credo Romano (o apostólico, más simple y narrativo) y el credo Niceno-Constantinopolitano, más extenso, formulado para defender la fe contra unas determinadas herejías, en un contexto helenista.
Son credos fundamentales, pero que en parte necesitan ser interpretados, sobre todo el Niceno-Constantinopolitano, pues su lenguaje en parte no es el nuestro. No se trata de negar su importancia, ni de rechazar su contenido, sino de situarlos a la luz del misterio de la vida y muerte de Jesús, proclamada en el NT.
Yo mismo los he recogido y estudiado en diversas ocasiones, pues ello ha pertenecido a mi oficio de teólogo. Así he querido retomarlos ahora, de un modo unitario, como aportación al estudio de la teología de la fe, en este Año de la Fe (y de la Nueva Evangelización).
Éste es el mejor servicio que puedo ofrecer a muchos lectores, que encontrarán los credos en el Enquiridion de Denzinger-Hünermann
(accesible On Line, en diversos buscadores: cf. denzinger hünermann
pdf, en siglas DH)... Pero en ese Enquiridion están dispersos, por
años... y yo los he querido ofrecer aquí de un modo unitario, en visión
de conjunto.
Esta será una postal larga, que no es para leer
de corrido (desistan los que sólo quieren una visión breve de
conjunto)..., sino para consultar, cuando tengan tiempo libre para ello.
Consta de dos partes bien diferenciadas:
-- Una introducción, en la que expongo el origen y sentido de los credos cristianos, desde una perspectiva bíblica y teológica, en el contexto de la Iglesia antigua.
-- Una presentación de los credos principales de la iglesia griega y latina en sus primeros seis siglos. Obviamente, esos credos podrían y deberían expresarse actualmente en otros lenguajes, desde otras perspectivas culturales, como saben bien los catequistas
Tema y desarrollo están tomados de mi Enquiridion Trinitatis, lugar donde expongo y desarrollo extensamente estos temas.
INTRODUCCIPON. LA FE NICEA
ORIGEN Y SENTIDO DE LOS CREDOS DE LA IGLESIA ANTIGUA:
ORIGEN Y SENTIDO DE LOS CREDOS DE LA IGLESIA ANTIGUA:
La experiencia trinitaria de la iglesia se ha desplegado sobre todo en un contexto bautismal, como decía Ambrosio de Milán explicando los símbolos del bautismo:
«Habéis sido conducidos a la santa piscina del divino bautismo
[...]. Y a cada uno se le ha preguntado si creía en el Nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Y habéis confesado la fe salvadora y
habéis sido introducidos tres veces en el agua, y después habéis
emergido, expresando así también simbólicamente los tres días de
sepultura de Cristo» . De igual manera evocaba Hipólito de Roma el lazo
entre la profesión trinitaria de fe bautismal y la triple inmersión .
Este simbolismo, que aún sigue existiendo en nuestro tiempo, recuerda
que el bautismo se confiere en nombre de la Trinidad y que introduce al
creyente en la comunión de Dios, pues se realiza «en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu» (Mt 29,
19).
19).
Lógicamente, los cristianos vinculan confesión trinitaria al bautismo,
es decir, a la experiencia del nuevo nacimiento de aquellos que por
medio de Jesús se descubren Hijos de Dios y llenos de su Espíritu .
La confesión bautismal ha marca vida de la iglesia, de manera que
ella ha definido el mayor cambio cristiano, la mutación evangélica:
iluminados por el recuerdo del Jesús histórico y por la presencia de su
Espíritu, los cristianos se han descubierto inmersos dentro de un
universo simbólico divino, marcado por el Padre de Jesús y por su
Espíritu. Sin quererlo expresamente, sin fundarse en esquemas
conceptuales previos, ellos se han visto obligados a expresar de forma
nueva su más honda experiencia, su nacimiento trinitario (en las aguas
de la vida de Dios). Esto lo han mostrado, ante todo, los neófitos
cristianos, de un modo creyente, jubiloso, con palabras de un símbolo de
fe que les identifica, introduciéndoles en el principio divino de la
realidad, que les separa y vincula a todos los pueblos de la tierra,
como ha puesto de relieve la confesión de fe del Concilio de Nicea (325):
Los cristianos se identifican por un símbolo de fe, no por una teoría o razonamiento lógico,
pero ese símbolo les ha obligado a mantener una fuerte tensión
conceptual. No eran filósofos profesionales, pero su misma experiencia
les ha llevado a elaborar la más honda teología, no sólo en relación con
los gnósticos, sino también con los arrianos que, a comienzos del siglo
IV, con elementos platónicos y judíos, ha elaborado una visión
espiritual que en el fondo iba en contra de la novedad trinitaria del
Sermón de la Montaña. Gran parte de la confesión trinitaria de la
iglesia, que ha seguido definiendo hasta ahora a los cristianos de
oriente y occidente, se ha expresado en forma de rechazo y superación de
un arrianismo, en cuyo fondo hallamos dos supuestos principales.
– Un presupuesto racional, de fondo platónico, que entiende la realidad en forma escalonada, como un despliegue ontológico que va descendiendo de lo más perfecto (el Dios transcendente) a lo menos perfecto (el mundo inferior). Como intermediario entre el Dios inaccesible y nuestro bajo mundo se halla el Logos. Estamos lejos de Dios, necesitamos alguien que lo acerque, lo revele: el Logos o Cristo, que está en medio, entre los hombres y Dios, pudiendo unir a los extremos.
– Un presupuesto religioso (que algunos llaman judío y que podría llamarse también musulmán), que les lleva a decir que Jesús ha sido un individuo sumiso y obediente al Dios más alto, ofreciéndonos así la grandeza de su ejemplo. Resultaba osadía querer hacerse Dios, era soberbia sentarse junto a Dios. Jesús no ha sido soberbio ni osado sino humilde servidor del Omnipotente. Por eso le vemos bajo Dios, como enviado suyo, un intermediario que sufre por nosotros y revela en obediencia el Misterio superior divino .
La razón y la piedad se hallaban de parte de Arrio y de sus
seguidores; por eso, lógicamente, pudo pensarse que un día el imperio
romano (helenista) se haría arriano, tanto en política (el emperador
necesita fomentar la sumisión), como en piedad (nosotros, con Jesús,
somos inferiores a Dios) . Pero la iglesia tuvo que rechazar esas
posturas para mantenerse fiel a su experiencia original, tanto en plano
religioso como filosófico. Así lo hizo en el concilio de Nicea (año 325)
que sigue siendo la fecha clave del dogma cristiano y de la confesión
trinitaria.
– En perspectiva religiosa, Nicea afirma que la piedad no
consiste en el sometimiento u obediencia de uno a otro, sino en la
comunión de iguales; por eso, el símbolo niceno de la consbstancialidad
entre el Padre y el Hijo constituye el principio y salvaguardia de toda
visión cristiana de la realidad. Frente a la falsa virtud
pagana (arriana) del sometimiento ha destacado, Nicea la verdad suprema
de la comunión personal (entre el Padre y su Hijo, entre Dios y los
hombres). No somos súbditos sino hermanos y amigos, compartiendo la
misma esencia de la vida.
– En perspectiva filosófica, la verdad no consiste en la
aceptación de una especie de continuo divino descendente que vincula en
una especie de todo sagrado lo más alto (el Dios separado) y lo más bajo
(la humanidad mundana). La verdad está en la distinción que se abre a
la unidad entendida como encuentro de personas. Dios es divino,
sin necesidad de mundo; por eso no ha creado el mundo externo ni se ha
encarnado en Cristo para resolver alguna especie de carencia sino para
expresar en forma finita su misterio infinito. Por su parte, el mundo es
mundano, no necesita hacerse en Dios (perderse en lo divino) para
alcanzar de esa manera su grandeza .
Las formulaciones de Nicea siguen fundando la confesión
trinitaria de la iglesia, tanto en perspectiva de piedad como de
pensamiento. Se escuchan de nuevo en nuestro tiempo voces de
nuevos arrianos piadosos que defienden el sometimiento eclesial o
teológico y la pura obediencia religiosa. Frente a eso debemos elevar el
principio dogmático de la consubstancialidad personal, de la igualdad
en el diálogo. Fuente y garantía divina de ese diálogo personal sigue
siendo el dogma trinitario. Parece que algunos pretenden que el hombre
sea una especie de apéndice de Dios, un eslabón inferior de lo divino.
Pues bien, en contra de eso, los Padres de la Iglesia, reunidos en
Nicea, han elevado el dogma de la consustancialidad, diciendo que el
hombre Jesús pertenece a la esencia de Dios
Esta formulación de fondo de Nicea tiene tres grandes momentos o consecuencias, que paradójicamente se vinculan.
(1) Independiza a Dios, dándole un contenido interior de diálogo
consubstancial y definiéndole como encuentro de personas iguales, en
diálogo de amor.
(2) Independiza al ser humano, haciéndose autónomo, personal,
responsable de sí mismo: el hombre pertenece al mundo y se encuentra
vinculado con Dios, pero su identidad se expresa en el nivel humano del
encuentro libre y el diálogo entre iguales que se funda en el misterio
trinitario.
(3) Vincula al hombre con Dios en el Cristo: hombre y Dios forman parte de un mismo proceso y encuentro de amor.
Este será el tema de fondo de todos los textos que siguen,
centrados en las confesiones anti-arrianas de Nicea y de Constantinopla,
que definen la fe del cristianismo (de todas las confesiones cristianas
posteriores). Pero aquí no queremos empezar con el Credo de
Nicea, sino que preferimos hacerlo partiendo Símbolo de los Apóstoles,
que tiene estructura y origen pre-arriano. Así iremos presentando los
credos de la iglesia de un modo cronológico, pasando de las primeras
teologías (cap. 1), de las imágenes y poemas (caps. 2-3), a las
confesiones de fe. Comenzamos, como he dicho, antes de Nicea (Credo
apostólico, declaraciones del Papa Dionisio), pero nos detendremos
después en las declaraciones de Nicea (325) y en el Símbolo
constantinopolitano (381), para fijarnos luego en algunos diversos
símbolos de oriente y, sobre todo, de occidente (Pseudo-atanasiano, de
Toledo, de Letrán...), hasta llegar al siglo XV (con las declaraciones
del Concilio de Florencia, que intentó unificar por última vez las
posturas trinitarias de la iglesia de Oriente y Occidente). Así iremos
pasando de los "credos" más confesionales (centrados en la trinidad
económica o salvadora) a los "credos" más teológicos, que ponen de
relieve la inmanencia trinitaria de Dios, es decir, el Dios trinitario
en sí mismo, en un proceso que es lógico, pero que puede terminar siendo
peligroso, si es que separa a Dios de su revelación salvadora .
SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES
Suele llamarse Credo Romano y aparece como credo o confesión de fe
bautismal en diversas iglesias de oriente y occidente, a partir del
siglo II. Ha recibido muchas variantes y se ha seguido utilizando sobre
todo en occidente. Continúa siendo la fórmula más venerable de la fe
cristiana, expresada en estado original y positivo, no como rechazo
contra posibles herejías. Su formulación actual es tardía, pero sus
elementos básicos provienen del siglo III. En este credo, como en el
Nicea-Constantinopla, la Trinidad está integrada en la economía de la
salvación. Más aún, no se habla de Trinidad, ni se cree en ella en
cuanto tal; se habla sólo del Padre, del Hijo Jesucristo y del Espíritu
que constituyen la Trinidad (nombre que no se emplea en el símbolo) .
1. Forma griega (Según el Psalterium Aethelstani)
1. Creo en Dios Padre omnipotente;
2. y en Jesucristo, su Hijo unigénito, nuestro Señor,
3. que nació del Espíritu Santo y de María Virgen,
4. que fue crucificado y sepultado bajo Poncio Pilato,
5. al tercer día resucitó de entre los muertos,
6. subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre,
7. desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos
8. y en el Espíritu Santo,
9. la Santa Iglesia,
10. el perdón de los pecados
11 Y la resurrección de la carne.
2. y en Jesucristo, su Hijo unigénito, nuestro Señor,
3. que nació del Espíritu Santo y de María Virgen,
4. que fue crucificado y sepultado bajo Poncio Pilato,
5. al tercer día resucitó de entre los muertos,
6. subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre,
7. desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos
8. y en el Espíritu Santo,
9. la Santa Iglesia,
10. el perdón de los pecados
11 Y la resurrección de la carne.
2. Forma latina (Según el Ordo romanus)
1. Creo en Dios Padre omnipotente, creador del cielo y dela tierra;
2. y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
3. que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de María Virgen,
4. padeció bajo Poncio Pilatos, fue crucificado,
muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
5. al tercer día resucitó de entre los muertos,
6. subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso,
7. desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos
8. creo en el Espíritu Santo,
9. la Santa Iglesia Católica, la comunión de los Santos,
10. el perdón de los pecados,
11. la resurrección de la carne
12. y la vida eterna.
2. y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
3. que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de María Virgen,
4. padeció bajo Poncio Pilatos, fue crucificado,
muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
5. al tercer día resucitó de entre los muertos,
6. subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso,
7. desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos
8. creo en el Espíritu Santo,
9. la Santa Iglesia Católica, la comunión de los Santos,
10. el perdón de los pecados,
11. la resurrección de la carne
12. y la vida eterna.
(Denz 5, p. 5 y 7, p. 6. Diversas formulaciones en DH, 1-64, p. 53-78).
DIONISIO, PAPA (259-267)
Sobre la Trinidad y la Encarnación
El año 262 Dionisio, obispo de Roma escribió una carta a Dionisio, obispo de Alejandría, rechazando los dos riesgos básicos de la doctrina trinitaria: el triteísmo de tipo pagano y el modalismo sabeliano. En esa carta se oponía igualmente a la distinción marcionita (gnóstica) entre el Dios del Antiguo Testamento y el Dios de Jesucristo. Su texto no es un credo propiamente dicho, sino un documento teológico, que podríamos haber incluido en el cap. 1, pero lo ofrecemos aquí porque ofrece la primera reflexión amplia del Magisterio sobre el tema trinitario, en una línea que asumirán los documentos posteriores. Aquí se apunta ya la línea trinitaria occidental, de manera que empieza hablándose de la Trinidad, recapitulada en Dios Padre, en vez de hablarse del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (que forman la Trinidad, supuesta, pero no nombrada), como hace el Símbolo de los Apóstoles y el Niceno-Constantinopolitano .
(1) (Unidad de la Trinidad). Este sería el momento oportuno de hablar contra los que dividen, cortan y destruyen la más venerada predicación de la Iglesia, la unidad de principio en Dios, repartiéndola en tres potencias e hipóstasis separadas y en tres divinidades; porque he sabido que hay entre vosotros algunos de los que predican y enseñan la palabra divina, maestros de semejante opinión, los cuales se oponen diametralmente, digámoslo así, a la sentencia de Sabelio. Porque éste blasfema diciendo que el mismo Hijo es el Padre y viceversa; aquellos, por lo contrario, predican, en cierto modo, tres dioses, pues dividen la santa Unidad en tres hipóstasis absolutamente separadas entre sí. Porque es necesario que el Verbo divino esté unido con el Dios del universo y que el Espíritu Santo habite y permanezca en Dios; y, consiguientemente, es de toda necesidad que la divina Trinidad se recapitule y reúna, como en un vértice, en uno solo, es decir, en el Dios omnipotente del universo. Porque la doctrina de Marción, hombre de mente vana, que corta y divide en tres la unidad de principio, es enseñanza diabólica y no de los verdaderos discípulos de Cristo y de quienes se complacen en las enseñanzas del Salvador. Estos, en efecto, saben muy bien que la Trinidad es predicada por la divina Escritura, pero ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento predican tres dioses.
Sobre la Trinidad y la Encarnación
El año 262 Dionisio, obispo de Roma escribió una carta a Dionisio, obispo de Alejandría, rechazando los dos riesgos básicos de la doctrina trinitaria: el triteísmo de tipo pagano y el modalismo sabeliano. En esa carta se oponía igualmente a la distinción marcionita (gnóstica) entre el Dios del Antiguo Testamento y el Dios de Jesucristo. Su texto no es un credo propiamente dicho, sino un documento teológico, que podríamos haber incluido en el cap. 1, pero lo ofrecemos aquí porque ofrece la primera reflexión amplia del Magisterio sobre el tema trinitario, en una línea que asumirán los documentos posteriores. Aquí se apunta ya la línea trinitaria occidental, de manera que empieza hablándose de la Trinidad, recapitulada en Dios Padre, en vez de hablarse del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (que forman la Trinidad, supuesta, pero no nombrada), como hace el Símbolo de los Apóstoles y el Niceno-Constantinopolitano .
(1) (Unidad de la Trinidad). Este sería el momento oportuno de hablar contra los que dividen, cortan y destruyen la más venerada predicación de la Iglesia, la unidad de principio en Dios, repartiéndola en tres potencias e hipóstasis separadas y en tres divinidades; porque he sabido que hay entre vosotros algunos de los que predican y enseñan la palabra divina, maestros de semejante opinión, los cuales se oponen diametralmente, digámoslo así, a la sentencia de Sabelio. Porque éste blasfema diciendo que el mismo Hijo es el Padre y viceversa; aquellos, por lo contrario, predican, en cierto modo, tres dioses, pues dividen la santa Unidad en tres hipóstasis absolutamente separadas entre sí. Porque es necesario que el Verbo divino esté unido con el Dios del universo y que el Espíritu Santo habite y permanezca en Dios; y, consiguientemente, es de toda necesidad que la divina Trinidad se recapitule y reúna, como en un vértice, en uno solo, es decir, en el Dios omnipotente del universo. Porque la doctrina de Marción, hombre de mente vana, que corta y divide en tres la unidad de principio, es enseñanza diabólica y no de los verdaderos discípulos de Cristo y de quienes se complacen en las enseñanzas del Salvador. Estos, en efecto, saben muy bien que la Trinidad es predicada por la divina Escritura, pero ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento predican tres dioses.
(2) (El Hijo no es creatura). Pero no son menos de
reprender quienes opinan que el Hijo es una criatura, y creen que el
Señor fue hecho, como otra cosa cualquiera de las que verdaderamente
fueron hechas, como quiera que los oráculos divinos atestiguan un
nacimiento que con Él dice y conviene, pero no plasmación o creación
alguna. Es, por ende, blasfemia y no como quiera, sino la mayor
blasfemia, decir que el Señor es de algún modo hechura de manos. Porque
si el Hijo fue hecho, hubo un tiempo en que no fue. Ahora bien, él fue
siempre, si es que está en el Padre, como El dice (Jn 14, 10 s). Y si
Cristo es el Verbo y la sabiduría y la potencia --todo esto, en efecto,
como sabéis, dicen las divinas Escrituras que es Cristo [cf. Jn 1, 14; 1
Cor 1, 24]--, todo esto son potencias de Dios. Luego si el Hijo fue
hecho, hubo un tiempo en que no fue todo esto; luego hubo un momento en
que Dios estaba sin ello, lo cual es la cosa más absurda.
(3) (Prueba bíblica). ¿A qué hablar más largamente
sobre este asunto a vosotros, hombres llenos de Espíritu y que sabéis
perfectamente los absurdos que se siguen de decir que el Hijo es una
criatura? Paréceme a mí que los cabecillas de esta opinión no han
evitado esos absurdos y por eso ciertamente se han extraviado de, la
verdad, al interpretar de modo distinto de lo que significa la divina y
profética Escritura: El Señor me creó principio de sus caminos [Prov. 8,
22: LXX]. Porque, como sabéis no es, una sola la significación de
«creó». Porque en este lugar «creó» es lo mismo que lo antepuso a las
obras hechas por Él mismo, hechas, por cierto, por el mismo Hijo. Porque
«creó» no hay que entenderlo aquí por «hizo»; pues «crear» es diferente
de «hacer». ¿No es este mismo tu Padre que te poseyó y te hizo y te
creó?, dice Moisés en el gran canto del Deuteronomio [Dt 32, 6; LXX].
Muy bien se les podrá decir: «Oh hombres temerarios, ¿ conque es hechura
el primogénito de toda la creación [Col. 1, 15], el que fue engendrado
del vientre, antes del lucero de la mañana [Sal 109, 3; LXX], el que
dice como Sabiduría: Antes de todos los collados me engendró? [Prov. 8,
25: LXX]. Y es fácil hallar en muchas partes de los divinos oráculos
que el Hijo es dicho haber sido engendrado, pero no que fue hecho. Por
donde patentemente se arguye que opinan falsamente sobre la generación
del Señor los que se atreven a llamar creación a su divina e inefable
generación.
(3) (Conclusión). Luego ni se debe dividir en tres
divinidades la admirable y divina unidad, ni disminuir con la idea de
creación la dignidad y suprema grandeza del Señor; sino que y que creer
en Dios Padre omnipotente y en Jesucristo su Hijo y en el Espíritu
Santo, y que en el Dios del universo está unido el Verbo. Porque: Yo
dice y el Padre somos una sola cosa [Jn 10, 30]; y: Yo estoy en el Padre
y el Padre en mí [Jn 14, 10]. Porque de este modo es posible mantener
íntegra tanto la divina Trinidad como la santa predicación de la unidad
de principio.
(Texto conservado por S. ATANASIO, De decr. Nic. Synodi 26, PG 25, 462 C ss. Denz, 49-51, p. 20-22; DH, 112-115, P.88-90.
(Texto conservado por S. ATANASIO, De decr. Nic. Synodi 26, PG 25, 462 C ss. Denz, 49-51, p. 20-22; DH, 112-115, P.88-90.
EL DOGMA DE NICEA (325)
Más que un credo estrictamente dicho, el Concilio de Nicea (año
325) redactó una fórmula de fe cristológica, que será punto de partida y
base para todos los credos posteriores de la iglesia. Esa fórmula lleva
consigo la superación definitiva del riesgo gnóstico y también el
rechazo del dualismo arriano entre Dios y Cristo. Con su definición del
"homousios" (Jesucristo, el Hijo, es consubstancial al Padre), el
Concilio de Nicea ha ofrecido las bases para el único credo dogmático y
teológico de la iglesia hasta el momento actual. En el centro de la
declaración está el dogma de Cristo como Hijo de Dios, de la misma
naturaleza que el Padre. Le sigue un anatema contra los que niegan la
eternidad de Cristo o afirman que es de otra hipóstasis o sustancia que
el Padre. Esos términos (hipóstasis y substancia) aún no se han
distinguido aún, como se hará más tarde en dogma de la Iglesia. Su
esquema es histórico-salvífico: no define al principio la Trinidad, sino
que va del Padre al Hijo y al Espíritu (que son la Trinidad, supuesta
pero no nombrada) .
(1) Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas
las cosas, de las visibles y de las invisibles; (2) y en un solo Señor
Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la
sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas
las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la
tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y
se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día, subió a
los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. (3) Y en
el Espíritu Santo. (4). Mas a los que afirman: Hubo un tiempo en que no
fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o
los que dicen que es de otra hipóstasis o de otra sustancia o que el
Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia
Católica.
(Denz 54, p. 23-4; DH 125-126, p. 91-93).
(Denz 54, p. 23-4; DH 125-126, p. 91-93).
SÍMBOLO DE EPIFANIO (ca. 374).
Tras el Concilio de Nicea surgieron diversas intentos de fijar el
conjunto de la fe en un credo. Entre ellos está el de Epifanio de
Salamina, que compuso una exposición o expansión del dogma niceno, para
uso catequético, hacia el año 374, en su obra Ancoratus (que incluye
también un Credo más corto, que después ha sido interpolado). Puede
tener también como finalidad la de responder a los arrianos que siguen
negando el «homoousios».Tiene un esquema salvífico: pasa de Dios Padre
al Hijo y al Espíritu (no comienza por la Trinidad) .
1. Creemos en un solo Dios, padre omnipotente, hacedor de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles.
2. Y en un solo Señor Jesucristo, hijo de Dios unigénito, engendrado de Dios padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas, lo que hay en el cielo y lo que hay en la tierra, lo visible y lo invisible, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó y se encarnó, es decir, fue perfectamente engendrado de Santa María siempre virgen por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre, es decir, tomó al hombre perfecto, alma, cuerpo e inteligencia y todo cuanto el hombre es, excepto el pecado, no por semen de varón, ni en el hombre, sino formando para sí mismo la carne de una sola y santa unidad, no a la manera que inspiró, habló y obró en los profetas, sino haciéndose perfectamente hombre, porque el Verbo se hizo carne [Jn 1, 14], no sufriendo cambio o transformando su divinidad en humanidad, sino juntando en una sola su santa perfección y divinidad; porque uno solo es el Señor Jesucristo y no dos; el mismo es Dios, el mismo es Señor, el mismo es rey; que padeció el mismo en su carne y resucitó y subió a los cielos en su mismo cuerpo, que se sentó gloriosamente a la diestra del Padre, que ha de venir con el mismo cuerpo, con gloria, a juzgar a los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin.
3. Y creemos en el Espíritu Santo, el que habló en la Ley y anunció en los profetas y descendió sobre el Jordán, el que habla en los Apóstoles y habita en los Santos; y así creemos en El, que es Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu perfecto, Espíritu consolador, increado, que procede del Padre y recibe del Hijo y es creído.
4. Creemos en una sola Iglesia Católica y Apostólica y en un solo bautismo de penitencia, en la resurrección de los muertos y en el justo juicio de las almas y de los cuerpos, en el reino de los cielos, y en la vida eterna. A aquellos, empero, que dicen hubo un tiempo en que el Hijo o el Espíritu Santo no fueron o que fueron hechos de la nada o de otra hipóstasis o sustancia, a los que afirman que son mudables o variables el Hijo de Dios o el Espíritu Santo, a esos los anatematiza la Iglesia Católica y Apostólica, madre vuestra y nuestra; y a la vez anatematiza a los que no confiesan la resurrección de los muertos, y a todas las herejías que no proceden de esta recta fe.
(PG, 43, 234 ss; Denz, 13-14, p. 7-9; DH 42, 45, p. 67-69)
2. Y en un solo Señor Jesucristo, hijo de Dios unigénito, engendrado de Dios padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas, lo que hay en el cielo y lo que hay en la tierra, lo visible y lo invisible, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó y se encarnó, es decir, fue perfectamente engendrado de Santa María siempre virgen por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre, es decir, tomó al hombre perfecto, alma, cuerpo e inteligencia y todo cuanto el hombre es, excepto el pecado, no por semen de varón, ni en el hombre, sino formando para sí mismo la carne de una sola y santa unidad, no a la manera que inspiró, habló y obró en los profetas, sino haciéndose perfectamente hombre, porque el Verbo se hizo carne [Jn 1, 14], no sufriendo cambio o transformando su divinidad en humanidad, sino juntando en una sola su santa perfección y divinidad; porque uno solo es el Señor Jesucristo y no dos; el mismo es Dios, el mismo es Señor, el mismo es rey; que padeció el mismo en su carne y resucitó y subió a los cielos en su mismo cuerpo, que se sentó gloriosamente a la diestra del Padre, que ha de venir con el mismo cuerpo, con gloria, a juzgar a los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin.
3. Y creemos en el Espíritu Santo, el que habló en la Ley y anunció en los profetas y descendió sobre el Jordán, el que habla en los Apóstoles y habita en los Santos; y así creemos en El, que es Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu perfecto, Espíritu consolador, increado, que procede del Padre y recibe del Hijo y es creído.
4. Creemos en una sola Iglesia Católica y Apostólica y en un solo bautismo de penitencia, en la resurrección de los muertos y en el justo juicio de las almas y de los cuerpos, en el reino de los cielos, y en la vida eterna. A aquellos, empero, que dicen hubo un tiempo en que el Hijo o el Espíritu Santo no fueron o que fueron hechos de la nada o de otra hipóstasis o sustancia, a los que afirman que son mudables o variables el Hijo de Dios o el Espíritu Santo, a esos los anatematiza la Iglesia Católica y Apostólica, madre vuestra y nuestra; y a la vez anatematiza a los que no confiesan la resurrección de los muertos, y a todas las herejías que no proceden de esta recta fe.
(PG, 43, 234 ss; Denz, 13-14, p. 7-9; DH 42, 45, p. 67-69)
SÍMBOLO NICENO-CONSTANTINOPOLITANO (381)
Es el credo que fue aceptado a partir del Concilio de
Constantinopla (año 381), como expresión de la fe, para responder a las
herejías de los arrianos y de los que negaban la divinidad del Espíritu
Santo. Probablemente tomó como base la fórmula de algún credo bautismal
usado en Asia Menor, introduciendo en ella las afirmaciones
fundamentales del Concilio de Nicea del año 325 (ya citado) y algunas
precisiones sobre el Espíritu Santo. Es un verdadero símbolo o profesión
de fe y suele llamarse Niceno-constinopolitano. Utilizado en la
liturgia de Oriente y Occidente desde del siglo VI. A partir del siglo
IX se introdujo en occidente el filioque (el Espíritu Santo procede del
Padre y del Hijo). El modelo trinitario de este credo, que sigue siendo
el Símbolo oficial de las iglesias de oriente y occidente, de católicos y
protestantes, es de tipo unitario y vincula la inmanencia de Dios con
la economía de la salvación; pero no habla primero de la Trinidad en sí
para referirse después a la encarnación y a la efusión del Espíritu,
sino que empieza por el Padre (el único Dios), para referirse después a
su Hijo Jesucristo y al Espíritu, están unidos a Dios de un modo
inseparable. Este credo trinitario, el único oficial de las iglesias,
pero no nombra a la Trinidad, sino al Padre, a su Hijo Jesucristo y el
Espíritu Santo. Eso significa que el término «Trinidad» no forma parte
del dogma en cuanto tal, pero es una valiosísima implicación teológica
del Credo .
1. Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible.
2. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
3. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
(Denz 86, p. 31. Diversas formas del texto DH 150, p. 380, p. 109-111)
2. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
3. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
(Denz 86, p. 31. Diversas formas del texto DH 150, p. 380, p. 109-111)
SÍMBOLOS VINCULADOS AL PAPA DÁMASO (366-384).
Dámaso, de origen hispano, fue Papa cuando el emperador Teodosio, en
el año 380, estableció que todos los súbditos del imperio debían
aceptar la religión «que el apóstol Pedro ha consignado a los romanos y
que ahora es profesada por el pontífice Dámaso y por el obispo Pedro de
Alejandría» (cf. PL 13, col. 374). El año siguiente, el 381, se celebró
el Concilio de Constantinopla, que acabamos de evocar. En ese contexto,
el Papa tomó la costumbre de convocar sínodos, como el del año 382,
cuya confesión citamos en el número siguiente .
[25.1] Confesión de fe de Dámaso (Tomus Damasi)
Surgió de los trabajos del Sínodo Romano del año 382, y fue enviada
por Dámaso Papa al obispo Paulino de Antioquia. Se sitúa en la línea
del Niceno-Constantinopolitano y lo concretiza en línea «romana»: habla
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como única divinidad y, al
final, en la conclusión, los identifica y unifica como «Trinidad» (en
parte 4ª). De esa forma abre un camino (por otra parte lógico) que hará
posible que se hable de la Trinidad en sí (inmanencia de Dios) y no sólo
de la economía trinitaria de la salvación.
I. (Padre e Hijo).(10) Si alguno no dijere que el Padre es siempre,
que el Hijo es siempre y que el Espíritu Santo es siempre, es hereje.
(11) Si alguno no dijere que el Hijo ha nacido del Padre, esto es, de la
sustancia divina del mismo, es hereje. (12) Si alguno no dijere
verdadero Dios al Hijo de Dios, como verdadero Dios a [su] Padre [y] que
todo lo puede y que todo lo sabe y que es igual al Padre, es hereje.
(13) Si alguno dijere que constituido en la carne cuando estaba en la
tierra, no estaba en los cielos con el Padre, es hereje. (14) Si alguno
dijere que, en la Pasión, Dios sentía el dolor de cruz y no lo sentía la
carne junto con el alma, de que se había vestido Cristo Hijo de Dios,
la forma de siervo que para sí había tomado, como dice la Escritura [cf.
Phil. 2, 7], no siente rectamente. (5) Si alguno no dijere que [Cristo]
está sentado con su carne a la diestra del Padre, en la cual ha de
venir a juzgar a los vivos y a los muertos, es hereje.
2. (Espíritu Santo). (16) Si alguno no dijere que el Espíritu Santo,
como el Hijo, es verdadera y propiamente del Padre, de la divina
sustancia y verdadero Dios, es hereje. (17) Si alguno no dijere que el
Espíritu Santo lo puede todo y todo lo sabe y está en todas partes, como
el Hijo y el Padre, es hereje. (18) Si alguno dijere que el Espíritu es
criatura o que fue hecho por el Hijo, es hereje. (19) Si alguno no
dijere que el Padre por medio del Hijo y de (su) Espíritu Santo lo hizo
todo, esto es, lo visible y lo invisible, es hereje.
3. (Única divinidad). (20) Si alguno no dijere que el Padre y el
Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, potestad, majestad y
potencia, una sola gloria y dominación, un solo reino y una sola
voluntad y verdad, es hereje. (21) Si alguno no dijere ser tres personas
verdaderas: la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo, iguales,
siempre vivientes, que todo lo contienen, lo visible y lo invisible,
que todo lo pueden, que todo lo juzgan, que todo lo vivifican, que todo
lo hacen, que todo lo salvan, es hereje. (22) Si alguno no dijere que el
Espíritu Santo ha de ser adorado por toda criatura, como el Padre y el
Hijo, es hereje. (23) Si alguno sintiere bien del Padre y del Hijo, pero
no se hubiere rectamente acerca del Espíritu Santo, es hereje, porque
todos los herejes, sintiendo mal del Hijo de Dios y del Espíritu Santo,
se hallan en la perfidia de los judíos y de los paganos. (24) Si alguno,
al llamar Dios al Padre [de Cristo], Dios al Hijo de Aquél, y Dios al
Espíritu Santo, distingue y los llama dioses, y de esta forma les da el
nombre de Dios, y no por razón de una sola divinidad y potencia, cual
creemos y sabemos ser la del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y
prescindiendo del Hijo o del Espíritu Santo, piense así que al Padre
solo se le llama Dios o así cree en un solo Dios, es hereje en todo, más
aún, judío, porque el nombre de dioses fue puesto y dado por Dios a los
ángeles y a todos los santos, pero del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, por razón de la sola e igual divinidad no se nos muestra ni
promulga para que creamos el nombre de dioses, sino el de Dios. Porque
en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo solamente somos
bautizados y no en el nombre de los arcángeles o de los ángeles, como
los herejes o los judíos o también los dementes paganos.
4. (Conclusión). Ésta es, pues, la salvación de los cristianos: que creyendo en la Trinidad, es decir, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y bautizados en ella (en la Trinidad), creamos sin duda alguna que la misma posee una sola verdadera divinidad y potencia, majestad y sustancia
(Denz 58-82, p. 27-29, DH, 162-177, p. 112-114)
4. (Conclusión). Ésta es, pues, la salvación de los cristianos: que creyendo en la Trinidad, es decir, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y bautizados en ella (en la Trinidad), creamos sin duda alguna que la misma posee una sola verdadera divinidad y potencia, majestad y sustancia
(Denz 58-82, p. 27-29, DH, 162-177, p. 112-114)
Credo atribuido al Papa Dámaso (Fides Damasi).
De autor y tiempo inciertos, surgió en el sur en Francia hacia el
año 500 e influyó mucho en la iglesia hispana posterior. Se ha atribuido
también a San Jerónimo, pues aparece citado entre sus obras. Es un
credo típicamente occidental, que expone primero el Misterio en sí (Dios
trinitario, en la inmanencia divina), para confesar después la economía
de la salvación. Se consolida de esa forma el esquema o modelo
trinitario que se hará dominante en los textos del magisterio romano: no
se presenta a Dios desde la perspectiva de la economía de la salvación
(como Padre, Hijo y Espíritu), sino que se empieza hablando de la unidad
del Dios trinitario, antes de confesar la encarnación del Hijo y el
envío del Espíritu (aunque el Hijo de Dios es siempre Jesucristo).
(Trinidad inmanente). Creemos en un Dios, el Padre todopoderoso, y
en un Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, y en el Espíritu Santo. Un
Dios, no tres dioses, sino Padre, Hijo y Espíritu Santo como un solo
Dios veneramos y confesamos. Pero no como si ese único Dios esté
solitario, por así decirlo, ni tampoco que siendo el Padre fuese también
el Hijo, sino que es un Padre que ha engendrado, y es un Hijo que fue
engendrado. El Espíritu Santo no fue engendrado ni no-engendrado, ni
creado ni hecho, sino que saliendo del Padre y del Hijo es eterno con el
Padre y el Hijo y con ellos posee la misma sustancia y la misma
actuación. Porque está escrito: «Los cielos fueron hechos por la palabra
del Señor» (Sal 32, 6), o sea, por el Hijo de Dios «y por el aliento de
su boca todos sus ejércitos» (Sal 32, 6). Y en otro pasaje: «Tú envías
tu aliento, y son creados, y tú renuevas la faz de la tierra» (Sal 103,
30). Por eso confesamos en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo un solo Dios, considerando la expresión «Dios» como calificativo
de su poder, pero no como nombre propio. El nombre propio del Padre es
«Padre», el nombre propio del Hijo es «Hijo», y el nombre propio del
Espíritu Santo es «Espíritu Santo». En esta Trinidad veneramos y
honramos a un solo Dios. Pues lo que procede del Padre, es una
naturaleza con el Padre y un ser y una potencia. El Padre ha engendrado
al Hijo, pero no por voluntad ni por obligación, sino en virtud de su
sustancia y carácter.
2 (Economía de la Salvación). En estos tiempos postreros el Hijo ha
venido del Padre para redención nuestra y en cumplimiento de las
Escrituras, aunque jamás ha dejado de estar con el Padre. El Hijo fue
concebido por el Espíritu Santo y nacido de una virgen. El Hijo poseía
carne, alma y sentidos corporales, es decir, ha aceptado humanidad y no
perdió lo que era, sino que empezó a ser lo que no era; pero siempre de
forma de perfección en los suyos y realmente conforme a nuestra humana
manera de ser. Porque el que era Dios nació hombre y nacido como hombre,
obra como Dios, y actuando como Dios, muere como hombre, y muriendo
como hombre, resucita como Dios. Después de haber vencido la
soberanía de la muerte, subió al Padre con el cuerpo con que había
nacido, sufrido, muerto y resucitado, y está sentado a la diestra del
Padre en la gloria que siempre tuvo y que tiene. Creemos que por su
muerte y su sangre somos purificados (limpiados) y que en el Día Final
nos resucitará con el cuerpo que ahora envida tenemos. Y abrigamos la
esperanza de recibir la recompensa por los buenos méritos o, por el
contrario, el castigo del eterno tormento por nuestros pecados. Lee
esto, cree esto, atente a esto, dobléguese tu alma a esta fe y así
recibirás de Cristo la vida y la recompensa.
(Cf. Denz, 15-16, p. 8-9; DH, 71-72, p. 78-79)
(Cf. Denz, 15-16, p. 8-9; DH, 71-72, p. 78-79)
CONCILIO DE TOLEDO I (400)
El Concilio primero de Toledo, celebrado en tiempo de los
emperadores Arcadio y Honorio. Incluye los artículos de la fe católica
contra todas las herejías, y sobre todo contra los Priscilianos,
artículos que fueron redactados por los obispos Cartaginenses,
Tarraconenses, Lusitanos y Béticos, enviados con el precepto del papa
romano León, a Balconio obispo de Galicia. Son también los mismos que
redactaron los veinte cánones anteriores en el concilio Toledano. Parece
que hay una forma más breve, del Concilio de Toledo (año 400) y otra
más larga, elaborada por Pastor, obispo de Palencia y probada en el
Concilio de Toledo del año 447 (ponemos entre corchetes la forma más
tardía). Este credo es típicamente occidental: comienza con la Trinidad
inmanente; es más una explicación teológica que un credo orante .
1. (Trinidad inmanente). Creemos en un solo Dios verdadero, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, hacedor de lo visible y de lo invisible, por
quien han sido creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra. Que
Éste es un solo Dios y Ésta una sola Trinidad de nombre divino [de
sustancia divina]. Que el Padre no es [el mismo] Hijo, sino que tiene un
Hijo que no es Padre. Que el Hijo no es el Padre, sino que es el Hijo
de Dios por naturaleza [, que es de la naturaleza del Padre]. Que existe
también el Espíritu Paráclito, que no es ni el Padre mismo ni el Hijo,
sino que procede del Padre [que procede del Padre y del Hijo]. Es, pues,
ingénito el Padre, engendrado el Hijo, no engendrado el Espíritu Santo,
sino que procede del Padre [y del Hijo]. El Padre es de quien se oyó
esta voz del cielo: Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido, a
Éste oíd [Mt. 17, 5; 2 Ped. 1, 17; cf. Mt. 3, 17]. El Hijo es el que
dice: Yo he salido del Padre y de Dios vine a este mundo [cf. Jn 16,
28]. El [Espíritu] Paráclito mismo es de quien el Hijo dice: Si [yo] no
me fuere al Padre, el Paráclito no vendrá a vosotros [Jn. 16, 17]. Esta
Trinidad, distinta en personas, [la creemos] una sola [unida] sustancia,
virtud, potestad, majestad indivisible [por virtud, potestad y
majestad] indistinta, indiferente. Fuera de lista [de ella] (creemos) no
existe naturaleza alguna divina, de ángel, o de espíritu, o de virtud
alguna, que sea creída Dios.
2. (Economía salvadora). Así, pues, este Hijo de Dios, Dios nacido
del Padre absolutamente antes de todo principio, santificó en el vientre
[el vientre] de la Bienaventurada Virgen María y de ella tomó al hombre
verdadero, engendrado sin semen de varón [viril, conviniendo en una
absolutamente sola persona sólo las dos naturalezas, esto es, de la
Divinidad y de la carne], esto es, [Nuestro] Señor Jesucristo. No [ni]
era un cuerpo imaginario o compuesto sólo de forma [No hubo en El un
cuerpo imaginario], sino sólido [y verdadero]. Y éste tuvo hambre y sed,
sintió el dolor y lloró y sufrió todas las demás calamidades del cuerpo
[y sufrió todas las molestias del cuerpo]. Finalmente, fue crucificado
[por los judíos], muerto y sepultado, [y] resucitó al tercer día; luego,
habiendo conversado con [sus] discípulos, el día cuarenta [después de
la resurrección], subió a los cielos [al cielo]. Este Hijo del hombre se
llama también Hijo de Dios; mas el Hijo de Dios, Dios, no se llama Hijo
del hombre [se le da el nombre de Hijo del hombre]. Creemos la
resurrección [futura] de la carne humana [para la carne humana]. El alma
del hombre [decimos] no ser sustancia divina o parte de Dios, sino una
criatura no caída [sino creada] por voluntad de Dios.
3. (Anatematismos). 1. En consecuencia, [pues,] si alguno dijere y
[o] creyere que este mundo, y todos sus instrumentos, no fue hecho por
Dios omnipotente, sea anatema. 2. Si alguno dijere y [o.] creyere que
Dios Padre es el mismo Hijo o el Paráclito, sea anatema. 3. Si alguno
dijere y [o] creyere que Dios Hijo [el Hijo de Dios] es el mismo Padre o
el Paráclito, sea anatema. 4. Si alguno dijere y [o] creyere que el
Espíritu Paráclito es el Padre o el Hijo, sea anatema. 5. Si alguno
dijere y [o] creyere que el hombre Jesucristo no fue asumido por el Hijo
de Dios [v. 1.: que sólo la carne sin el alma fue tomada por el Hijo de
Dios], sea anatema. 6. Si alguno dijere y [o] creyere que el Hijo de
Dios, como Dios, ha padecido [v. 1.: que Cristo es innascible], sea
anatema. 7. Si alguno dijere y [o] creyere que el hombre Jesucristo [v.
1.: que la deidad de Cristo fue mudable o pasible], sea anatema. 8. Si
alguno dijere que uno es el Dios de la antigua Ley y otro el de los
Evangelios, sea anatema. 9. Si alguno dijere y [o] creyere que el mundo
fue hecho por otro Dios que [y no] por Aquel de quien está escrito: En
el principio hizo Dios el cielo y la tierra [cf. Gen. 1, 1], sea
anatema. 10. Si alguno dijere y [o] creyere que los cuerpos humanos no
han de resucitar [no resucitan] después de la muerte, sea anatema. 11.
Si alguno dijere y [o] creyere que el alma humana es una porción de Dios
o que es sustancia de Dios, sea anatema. 12. Si alguno creyere que han
de tener autoridad o si hubiere venerado otras Escrituras fuera de las
que ha recibido la Iglesia Católica [Si alguno dijere o creyere que han
de tener autoridad o han de ser veneradas otras Escrituras, fuera de las
que recibe la Iglesia Católica], sea anatema. [13. Si alguno dijere o
creyere que la divinidad y la carne son en Cristo una sola naturaleza,
sea anatema.] [14. Si alguno dijere o creyere que hay algo que pueda
extenderse fuera de la Trinidad divina, sea anatema.]
(Denz, 19-33, p. 10-12; DH, 188-204, p.121-123)
QUICUMQUE. CREDO PSEUDO-ATANASIANO (SIGLO V)
Retomando ideas desarrolladas por Atanasio de Alejandría en la
Segunda carta a Serapion, pero también por Hilario de Poitiers, Ambrosio
de Milán y otros teólogos de occidente, el símbolo Quicumque (llamado
así por su primera palabra latina), se compuso probablemente hacia
mediados del siglo V, en el sur de la Galia (Francia), aunque algunos
han defendido un origen hispano, anti-priscilianista. Se tradujo más
tarde al griego y tuvo una gran importancia en toda la Edad Media, tanto
en la liturgia católica como en la Ortodoxa. Pone de relieve la unidad
trinitaria sobre la distinción de personas, en la línea que venimos
señalando. El punto de partida no es el Padre, que nos da al Hijo
Jesucristo, en el Espíritu, sino el Dios Trinitario, que aparece desde
el principio de forma poderosa como Uno y Trino, en igualdad de
personas. Este ha sido el credo preferido de los grandes teólogos de
occidente, incluso entre los protestantes, de manera que en algunos
momentos ha parecido más importante que el mismo
niceno-constantinopolitano .
(1) (Principio. Una divinidad). Todo el que quiera salvarse
[Quicumque vult salvus esse...], es preciso ante todo que profese la fe
católica. Pues quien no la observe íntegra y sin tacha, sin duda alguna
perecerá eternamente. Y ésta es la fe católica: que veneremos a un solo
Dios en la Trinidad Santísima y a la Trinidad en la unidad, sin
confundir las personas, ni separar la sustancia. Porque una es la
persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo. Pero
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola divinidad, les
corresponde igual gloria y majestad eterna.
(2) (Igualdad de las personas). Cual es el Padre, tal es el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo. Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y sin embargo no son tres eternos, sino un solo eterno. De la misma manera, no tres increados, ni tres inmensos, sino un increado y un inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres omnipotentes, sino un omnipotente. Del mismo modo, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Y, sin embargo, no son tres Dioses, sino un solo Dios. Así el Padre es Señor, el Hijo es Señor, el Espíritu Santo es Señor. Y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor. Porque así como la verdad cristiana nos obliga a creer que cada persona es Dios y Señor, la religión católica nos prohíbe que hablemos de tres Dioses o Señores.
(3) (Diferencia de las personas). El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni engendrado. El Hijo procede solamente del Padre, no hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente. Por tanto hay un solo Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos; un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. Y en esta Trinidad nada hay anterior o posterior, nada mayor o menor: pues las tres personas son coeternas e iguales entre sí. De tal manera que, como ya se ha dicho antes, hemos de venerar la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad.
(4) (Encarnación e historia de Cristo). Por tanto, quien quiera salvarse es necesario que crea estas cosas sobre la Trinidad. Pero para alcanzar la salvación eterna es preciso también creer firmemente en la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. La fe verdadera consiste en que creamos y confesemos que Nuestro Señor Jesucristo; Hijo de Dios, es Dios y Hombre. Es Dios, engendrado de la misma sustancia que el Padre, antes del tiempo; y hombre, engendrado de la sustancia de su Madre Santísima en el tiempo. Perfecto Dios y perfecto hombre: que subsiste con alma racional y carne humana. Es igual al Padre según la divinidad; menor que el Padre según la humanidad. El cual, aunque es Dios y hombre, no son dos cristos, sino un solo Cristo. Uno, no por conversión de la divinidad en cuerpo, sino por asunción de la humanidad en Dios. Uno absolutamente, no por confusión de sustancia, sino en la unidad de la persona. Pues como el alma racional y el cuerpo forman un hombre; así, Cristo es uno, siendo Dios y hombre. Que padeció por nuestra salvación: descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos. Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso: desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y cuando venga, todos los hombres resucitarán con sus cuerpos, y cada uno rendirá cuentas de sus propios hechos. Y los que hicieron el bien gozarán de vida eterna, pero los que hicieron el mal irán al fuego eterno.
(5) (Conclusión). Esta es la fe católica, y quien no la crea fiel y firmemente no se podrá salvar.
(Denz, 39-40, p. 12-14; DH, 75-76, p. 80-82)
(2) (Igualdad de las personas). Cual es el Padre, tal es el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo. Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y sin embargo no son tres eternos, sino un solo eterno. De la misma manera, no tres increados, ni tres inmensos, sino un increado y un inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres omnipotentes, sino un omnipotente. Del mismo modo, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Y, sin embargo, no son tres Dioses, sino un solo Dios. Así el Padre es Señor, el Hijo es Señor, el Espíritu Santo es Señor. Y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor. Porque así como la verdad cristiana nos obliga a creer que cada persona es Dios y Señor, la religión católica nos prohíbe que hablemos de tres Dioses o Señores.
(3) (Diferencia de las personas). El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni engendrado. El Hijo procede solamente del Padre, no hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente. Por tanto hay un solo Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos; un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. Y en esta Trinidad nada hay anterior o posterior, nada mayor o menor: pues las tres personas son coeternas e iguales entre sí. De tal manera que, como ya se ha dicho antes, hemos de venerar la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad.
(4) (Encarnación e historia de Cristo). Por tanto, quien quiera salvarse es necesario que crea estas cosas sobre la Trinidad. Pero para alcanzar la salvación eterna es preciso también creer firmemente en la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. La fe verdadera consiste en que creamos y confesemos que Nuestro Señor Jesucristo; Hijo de Dios, es Dios y Hombre. Es Dios, engendrado de la misma sustancia que el Padre, antes del tiempo; y hombre, engendrado de la sustancia de su Madre Santísima en el tiempo. Perfecto Dios y perfecto hombre: que subsiste con alma racional y carne humana. Es igual al Padre según la divinidad; menor que el Padre según la humanidad. El cual, aunque es Dios y hombre, no son dos cristos, sino un solo Cristo. Uno, no por conversión de la divinidad en cuerpo, sino por asunción de la humanidad en Dios. Uno absolutamente, no por confusión de sustancia, sino en la unidad de la persona. Pues como el alma racional y el cuerpo forman un hombre; así, Cristo es uno, siendo Dios y hombre. Que padeció por nuestra salvación: descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos. Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso: desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y cuando venga, todos los hombres resucitarán con sus cuerpos, y cada uno rendirá cuentas de sus propios hechos. Y los que hicieron el bien gozarán de vida eterna, pero los que hicieron el mal irán al fuego eterno.
(5) (Conclusión). Esta es la fe católica, y quien no la crea fiel y firmemente no se podrá salvar.
(Denz, 39-40, p. 12-14; DH, 75-76, p. 80-82)
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