Dom 33. Tiempo Ordinario, ciclo B. Mc 13, 24-32. Éstas son las palabras centrales del mensaje escatológico de Marcos, que
unidas al camino de muerte y resurrección de Jesús, constituye el eje
de su evangelio. Podían decirse y se decían (o se dirán) palabras
semejantes sobre la venida del Hijo del hombre en otros lugares del
judaísmo de aquel tiempo, partiendo de Dan 7, 13-14 (como en la
tradición de Henoc y en la de Esdras), pero sólo los cristianos
identifican al Hijo del hombre con Jesús crucificado y le interpretan en
ese contexto.
‒ Significativamente, este Hijo de Hombre viene “después de aquella tribulación”, es decir, después de un tiempo como el nuestro..., en el que parecemos destruirnos unos a los otros. Ésta lucha actual no es el fin de todo (el fin de la historia,
como decía Fukuyama, y como dicen muchos neo-capitalistas). Hay otras
forma de vivir, habrá otra historia, que se iluminará con la venida
plena de Jesús, el Hombre Verdadero.
‒ Este Hijo de Hombre que viene no tiene rasgos guerreros, ni vence luchando a sus enemigos.
Por eso, su llegada no puede entenderse como resultado de algún tipo de
guerra (de una batalla de las galaxias), sino como triunfo de la gracia
sobre la violencia. Sobre nuestro potencial de destrucción hay
una gracia y ternura más alta: la Vida del Hijo del Hombre, que es
Jesús, que cura, sana, convierte el odio en potencial
transformador de comunión... Frente al poder de muerte de los hombres,
el Dios de Jesús (Hijo del Hombre) aparece como signo de Gracia.
‒ Estas palabras ofrecen el centro de la “teodicea”
cristiana, es decir, la defensa de Dios, la manifestación suprema de su
poder y gloria, con la salvación de los elegidos: Jesús, Hijo
del Hombre, es esperanza clave de la historia. Dios se manifiesta y
viene en forma de nueva humanidad (Hijo de Hombre...): La Gloria de Dios (cielo) es que los hombres vivan, nazcan de verdad.
‒ Estas palabras son, al mismo tiempo, muy fuertes, pues
ponen un signo de interrogación sobre toda nuestra vieja historia,
hecha en gran parte de mentiras e injusticias, de asesinatos y robos.
Sobre este mundo injusto se anuncia y prepara la venida de Jesús, un
hombre nuevo... Eso significa que serán destruidos los modelos actuales de vida, hechos de opresión y mentira, de Mamona y Violencia....
Ahora (como dice Juan....)domina la concupiscencia de los ojos (querer
tener todo), la concupiscencia de la carne (querer disfrutar todo) y la
soberbia de la vida (querer dominar todo..). Pues, todo eso caerá,
quedarán la vida humana, los hombres que aman, perdonan y esperan (el
Hijo del Hombre).
-- Estas son palabras de inmensa destrucción... según el modelo del profeta Isaías, que habla de la caída de las Grandes Torres... Caerán las torres soberbias del dinero que oprime, del poder que mata... Caerá nuestra "cultura de pecado y muerte", los grandes capitales reunidos para matar, los grandes estados enfrentados para poseer el mundo... Caerá toda la soberbia humana y quedaremos a ras de tierra, a ras de vida... simplemente para amar en humanidad, para esperar en comunión... Han de caer las torres (incluso algunas torres físicas, que son signo de soberbia que mata a los pobres...)
-- Estas son palabras de inmensa destrucción... según el modelo del profeta Isaías, que habla de la caída de las Grandes Torres... Caerán las torres soberbias del dinero que oprime, del poder que mata... Caerá nuestra "cultura de pecado y muerte", los grandes capitales reunidos para matar, los grandes estados enfrentados para poseer el mundo... Caerá toda la soberbia humana y quedaremos a ras de tierra, a ras de vida... simplemente para amar en humanidad, para esperar en comunión... Han de caer las torres (incluso algunas torres físicas, que son signo de soberbia que mata a los pobres...)
-- Esta destrucción es un favor que se hace a los
soberbios... a los grandes poderes de opresión, como dice la dulce
María: Derribará del trono a los potentados, elevará a los oprimidos...
El mayor favor que se le puede hacer a los opresores-potentados (al
sistema actual de muerte económica y política) es "voltearlo" de su
altura,derribarlo, para que así caiga el sistema y se puedan "recuperar"
en amor hombres y mujeres ahora cautivos de su impotencia poderosísima,
de su opresión, de su caudal de muerte... Lo mejor que se le
puede hacer a los hombres del sistema de poder asesino es que caiga el
sistema... para que ellos puedan vivir en humanidad. Por amor a los hombres se anuncia aquí la destrucción del sistema de poder actual del mundo.
-- Éste será el gran des-astre..., que comentaré en
el texto, siguiendo el evangelio de Marcos... Hasta los "astros del
cielo caerán"... Esos astros son el sistema cósmico actual... Pero en
sentido más concreto son los poderes del mal, que se quieren elevar como
estrellas de luz y no son más que focos de muerte, agujeros
negros que todo lo chupan y matan... En el contexto de la apocalíptica
judía que está en el fondo de Mc 13, esos astros que caen son los
poderes opresores : El poder la Banca de Tiro, del ejército de
Babel (como sabe especialmente en profeta Ezequiel). No, no pensemos en
demonios con rabo que caen. Todos los lectores de la Biblia saben que
esos "astros caídos" (que caerán) son los poderes del dinero y del
ejército que matan y destruyen a los pobres.
‒ Éstas son las palabras fundamentales del “otoño cristiano” (en el hemisferio norte).
A la caída de la tarde, os examinarán de amor, pues viene el Hijo del
hombre... Y en ese examen no quedarán salvadas las estrellas (los
grandes poderes de opresión del mundo). Caerán y su caída será causa de
gozo para los justos... y causa de posible salvación para todos, pues
Dios es de todos...
-- ¿Cuándo? Ya, ahora.. Está sucediendo ahora, está
viniendo el Hijo del Hombre... Y vendrá plenamente en el futuro, un
futuro que está abierto a la nueva humanidad reconciliada... cuando Dios
quiera, cuando los hombres sean transformados... Esta esperanza nos
mantiene en movimiento. Es la esperanza de la nueva humanidad, del Hijo
del Hombre.
He presentado extensamente este pasaje, con notas eruditas, en mi Comentario de Marcos. Aquí ofrezco un resumen exegético... para aquellos que sigan teniendo aún tiempo. Buen fin de semana a todos.
Texto. Marcos 13, 24-32 .
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "En aquellos días,
después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará
su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se
tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con
gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos
de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta
parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las
yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros
suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no
pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra
pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe,
ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre."
13, 24a. Pero en aquellos días, después de aquella tribulación,
La escena empieza con un corte: pero (alla). Frente a todo lo
anterior surge algo nuevo, distinto. Éste es el pero de Dios, que se
alza y revela como divino frente a todas las cosas de los hombres, desde
la altura suprema (o desde el final) de la historia, no para condenar a
nadie (no hay ninguna condena), sino para mostrarse divino y salvar a
los “elegidos” (a los suyos), desde los cuatro extremos del orbe.
Significativamente, aquí no se dice nada de infierno, en contra del
esquema dual (buenos y malos, salvados y condenados) que aparece en
otros textos significativos de la Biblia (como Dan 12, 1-3 o Mt 25,
31-46) . Tampoco se habla aquí de Gehena, como en Mc 9, 43-47, sino sólo
de la salvación de los elegidos, como seguiremos viendo.
− En aquellos días (en ekeinais tais hêmerais) es una frase hecha que se emplea en las narraciones simbólicas
(fábulas y cuentos) para indicar un tiempo indeterminado, pero de gran
importancia. Es una frase que aparece con frecuencia en el Nuevo
Testamento (desde Mt 3, 1 hasta Ap 9, 6; y dentro de Maros en 1, 9; 8,
1), y que denota un tiempo indefinido que no quiere o no puede
especificarse más. De todas formas, aquí se vincula, de manera más
concreta, al período que empieza con la Abominación de la Desolación
(13, 14), un período que 13, 19 ha definido como tiempo de la crisis más
grande de la historia.
− Después de aquella tribulación, señalada de un modo
especial en 13, 19, tras “el despliegue” de la Abominación de 13, 14 y
de la gran lucha que sigue... Según eso, el tiempo de la
Abominación y el del Hijo del Hombre no coinciden, ni ellos (el
Abominable y el Cristo) luchan entre sí, sino que el “tiempo” del Hijo
de Hombre (si es que puede interpretarse como tiempo) viene “meta”, es
decir, después que se han agotado y terminado los días de la
Abominación.
Se trata, por tanto, de un tiempo que es próximo (como he venido
mostrando la dinámica del evangelio, desde 1, 14-15 hasta 9, 1), pero
que, por otra parte, se abre de un modo indefinido, que está marcado por
la misión del evangelio en todo el mundo (13, 10; 14, 19). De esa
forma, el Jesús de Marcos libera a sus oyentes de la angustia vinculada a
la inmediatez apocalíptica (¡no se puede decir que el fin viene ya, en
un tiempo prefijado, pero muy cercano!), para ofrecerles una tarea de
misión universal. En esa línea debemos añadir que el tiempo de la misión
del evangelio es tiempo de prueba (de gran tribulación), que se
extiende y abre, trazando un camino de seguimiento de Jesús y de
creación de comunidades. Puede ser un tiempo “largo”, pero no es tiempo
sin fin, sino que culminará con la gran manifestación del Hijo del
Hombre, vinculada a los signos de un desastre cósmico.
13, 24b-25. Des-astre: el sol se oscurecerá y la luna no
dará resplandor; 25 las estrellas caerán del cielo y las fuerzas
celestes se tambalearán;
Tomo esa palabra (des-astre) en su sentido fuerte, como
destrucción del orden astral donde se sustenta (o refleja) la vida de la
tierra y la historia de los hombres. Como la Biblia sabe y dice,
desde su perspectiva cósmica (Gen 1, 14-19, el día cuarto), en el centro
de su gran Semana creadora, Dios ha fijado el orden de la bóveda
celeste, con el sol, luna y estrellas, por “encima” de la tierra, para
iluminarla y hacer así posible que exista vida en ella. Por eso, el fin
de la historia actual viene marcado con la destrucción de ese orden, es
decir, con el gran des-astre, algo que sólo Dios puede realizar.
Los fenómenos anteriores, incluidos en la gran tribulación,
sucedían antes en el plano de la tierra (terremotos, hambre), y en el
plano de la historia de los hombres (guerras, persecuciones,
abominación, engaños, huída…), aunque en ella viniera a proyectarse la
sombra de Satán, a quien hemos visto luchando contra Jesús desde 1, 13
(pasando por 3, 23-26 y 4, 15). Ahora, al final, interviene otro agente,
que es Dios, que aparece como causa del gran des-astre, con sus dos
vertientes. (a) La destrucción del orden cósmico actual. (b) La creación
de un orden nuevo de salvación, centrado en el Hijo del hombre (y no en
este sol, luna y estrellas).
El primer motivo (destrucción del orden astral) aparece en la Biblia desde antiguo y puede vislumbrarse ya su “riesgo” en Gen 7,
cuando se supone que Dios abrió las “compuertas” que cierran y regulan
la caída de las aguas del gran mar que se extiende sobre la bóveda
celeste, amenazando con inundar y ahogar toda forma de vida sobre la
tierra. Pero Dios se “arrepintió”, cerró luego las compuertas, dejó que
la tierra se secara e inicio un nuevo camino de historia prometiendo a
los hombres que “mientras dure la tierra” seguirá habiendo frío y calor,
verano e invierno, noche y día, con los astros regulando la vida desde
arriba (cf. Gen 8, 1. 20-22). Pues bien, Mc 13, 24 supone que ha llegado
ya el fin para el orden de la tierra.
En esa línea, siguiendo una antigua tradición, que no sólo es judía
sino que aparece en relatos míticos (cosmogónicos) de muchos pueblos,
desde la India hasta Grecia (e incluso en la América pre-colombina), 2
Ped 3, 6-7 asegura que el primer mundo fue destruido por el agua (en
tiempos de Noé) y que este mundo actual (el último) lo será por el
fuego, a través de una gran conflagración o incendio cósmico, que se
vincula de algún modo con el infierno. Pues bien, este pasaje de Marcos
no introduce ni evoca esos motivos (del agua y del fuego). Ciertamente,
Marcos recuerda, en otro contexto, el fuego sin fin de la Gehena (9,
43-47); pero aquí, al final de todo, no hay fuego ninguno ni incendio,
sino sólo el apagamiento del orden astral de la actualidad.
Este des-astre ha sido evocado, de un modo más poético que
“científico”, en diversos textos del Antiguo Testamento, muy semejantes
al nuestro (tejido con citas de Is 13, 10; 34, 4; Joel 2, 10. 31; 3,
15). En ellos se supone un gran oscurecimiento (y también un
derrumbamiento). Según la cosmología de aquel tiempo, el orden actual de
la tierra (y la historia humana) existe porque hay luz de sol y de
luna, y porque las estrellas están “fijadas” en el cielo, sin caerse. La
manera más sencilla de imaginarse el fin es un gran “apagamiento” del
sol y de la luna, que dejan de emitir su luz, dejando todo a oscuras. No
hacen falta más terrores, sólo una gran oscuridad, con los astros
cayendo como meteoritos sobre la faz de la tierra.
De esa forma, Marcos ha compuesto un texto apocalíptico de gran sobriedad y de profundo efecto simbólico, sin apelar a ningún tipo de terrores, limitándose a recordar la fragilidad de un orden cósmico que surge de Dios y que Dios puede abandonar. Marcos sabe que los grandes y pequeños astros no son divinos, ni eternos, sino que pueden apagarse y que, de hecho, se apagarán un día (que él relaciona con el pecado de los hombres y en especial con la Abominación, evocada en 13, 14). No ha tenido que vincular de un modo más preciso esos momentos (la maldad de los hombres, la Abominación histórica, el oscurecimiento de los astros), aunque supone que están relacionados. Pero más que esa relación destructora (que algunos han visto en el Apocalipsis de Juan), Marcos ha destacado la relación positiva que existe entre el fin de este mundo y la reunión salvadora de los elegidos.
Estrictamente hablando, como seguiremos viendo, los astros no se
apagan para castigar y condenar a los impíos (a los seguidores de la
Abominación), que quedan así a oscuras y sufriendo un horror insufrible,
como los perversos de Sab 17, 1−18, 4 en Egipto, sino para salvar a los
elegidos. Este sol y esta luna no se apagarán para que todo quede a
oscuras, sino para que pueda brillar y brille el Hijo del Hombre a quien
todos verán, viniendo con gran gloria, es decir, con su luz más alta,
alumbrándoles con ella. En ese sentido se puede afirmar que al final no
hará falta sol o luna porque el Hijo del Hombre (Dios y su Cordero: cf.
Ap 21, 23; 22, 5) serán directamente luz y vida para todos los elegidos.
13, 26. y entonces verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria.
Atrás queda el signo de la Abominación (el Abominable), elevándose
allí donde no debe (13, 14). Significativamente, Marcos no ha dicho qué
ha pasado con el Abominable, ni siquiera una palabra evocando su ruina,
aunque supone que su intento de dominio (de elevarse frente a Dios,
ocupando su lugar) ha sido vano. En esa línea debemos añadir que, según
Marcos, no ha existido (no se ha dado) una batalla apocalíptica, sino
sólo un intento frustrado (el Abominable no ha logrado aquello que
quería), con el triunfo final del Hijo del hombre, que viene cuando Dios
quiere, sin necesidad de batalla ninguna (a diferencia de lo que
aparece en 4 Esd 13, donde se dice que el Hijo del Hombre aniquilará a
los enemigos con el aliento de su boca; cf. también Ap 19, 21).
a. Introducción, Hijo del Hombre. Como sabemos ya,
el Hijo del hombre tiene poder de perdonar sobre la tierra, para que
todas las cosas (incluso el sábado) se pongan al servicio de los hombres
(cf. 2, 20.28). Su mismo gesto de perdón y su manera de
entender-superar la ley le han llevado a dar la vida en gesto de
servicio hacia los otros, como temáticamente ha indicado 8, 31. Pues
bien, ese mismo Hijo de hombre (implícitamente vinculado siempre con
Jesús), que empieza perdonando-ayudando a los demás, y sufre por ello,
es quien ha de venir al fin en la gloria de su Padre, rodeado de los
ángeles santos (cf. 8, 31 y 8, 38). Esa unión de sufrimiento y gloria
subyace en este pasaje, vinculando la entrega de los discípulos (13,
8-13) y la venida final del Hijo del hombre glorioso, para recoger a los
elegidos de los cuatro extremos de la tierra y conducirles a su Vida
(13, 27) .
La novedad de este pasaje (Mc 13, 24-279, en su conjunto, no está en
la promesa de la venida final del Hijo del hombre (cosa que puede
encontrarse ya en Dn 7), ni tampoco en su posible función de juez final
(que han desarrollado más las Parábolas de 1 Henoc, en contexto no
cristiano), sino en que identifica al Hijo del hombre que viene (es
culminador cósmico o juez final) con el mismo hombre Jesús que ha
perdonado los pecados, ha superado la vieja ley del sábado y ha sido
entregado, ofreciendo su vida a favor de los demás (cf. 10, 45).
La tradición judía conocía la figura del Hijo del hombre, pero sus rasgos en Marcos (poder sobre la tierra, entrega y culminación escatológica) sólo han podido vincularse en concreto desde la experiencia cristiana, que presenta a Jesús como encarnación personal y realización histórica de la figura antes dispersa, multiforme o puramente evocativa de ese Hijo del hombre, tanto en Dn 7 (donde aparecía tras el juicio) como en 1 Henoc 37-71 y 4 Esdras 13 (donde venía también al fin de la historia).
Marcos ha sido el primero que ha escrito la historia humana de Jesús Hijo del Hombre, presentándola en su evangelio de una forma personal, encarnada y coherente. Desde ese fondo ha escrito la historia de Jesus, Hijo del Hombre, cuya figura se centra en tres momentos.
(a) Es sembrador de reino: perdona los pecados y supera la vieja ley (sábado), en gesto de amor liberador que se dirige a los pobres y perdidos de la tierra (2, 10.28).
b) Es aquel que sufre y entrega la vida por el reino, como hemos señalado de una forma programada en el camino de subida a Jerusalén (8, 31; 9, 31; 10, 33).
(c) Por último, Hijo del hombre es aquel que ha de venir en la gloria final (8, 31; 13, 26; 14, 62), en gesto de culminación que asume y lleva a su pleno desarrollo los rasgos anteriores.
Esos tres momentos ofrecen el perfil mesiánico de Jesús, como
implícitamente indica Marcos cuando reinterpreta el título de Cristo en
términos de Hijo del hombre, tanto en 8, 29-31 como en 14, 61-62 (como
veremos en su lugar). Por eso, este pasaje (Mc 13, 26. 27) que anuncia
la venida final del Hijo del hombre, que envía a los ángeles y reúne a
los elegidos, ha de verse a partir de todo el evangelio. Aquel que
vendrá tras el oscurecimiento del sol y la luna, y la caída de la
estrellas (13, 24-25), no es un ser divino indeterminado, un ángel
supremo, ni tampoco un mediador al estilo de aquellos que aparecen en
Daniel, 1 Henoc o 4 Esdras, sino el mismo Jesús que ha realizado sus
signos de reino en la tierra y que ha muerto por cumplir con fidelidad
lo que ellos exigían.
b. Venida final. Ahora podemos comentar ya el
texto, señalando que su visión de la venida del Hijo del hombre ha de
entenderse a la luz de la experiencia pascual (cf. 16, 6-7), que es una
anticipación y primer cumplimiento de la culminación escatológica, que
no se identifica con la gran crisis (13, 21-23), sino después de ella
(13, 13, 24-27), como sucedía ya al principio de la historia mesiánica
de Jesús que no empezaba en el bautismo, sino después, cuando Jesús
había salido del agua (cf. 1, 10- 11). Entonces le verán no sólo los
cuatro testigos de 13, 2, sino los jueces de 14, 61-62, de una manera,
gloriosa, definitiva, inapelable.
− Verán al Hijo de hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria.
Este pasaje es una cita de Dan 7, 13-14, pero ahora ya no es sólo el
profeta el que “ve” al Hijo de Hombre, sino que le verán (opsontai) un
grupo indeterminado de personas, que se identifican sin duda con todos
los hombres y mujeres de la historia final (y quizá, de un modo más
preciso, con aquellos que han perseguido a los cristianos). No se dice
más, simplemente que “le verán”, en medio de la gran noche (pues sol y
luna se han oscurecido y los astros han caído). Eso significa que él
viene como gran luz, como nuevo “cielo de Dios”, realizando de manera
más alta (salvadora) la función que antes realizaban sol y luna.
Significativamente, el joven de la tumba vacía utiliza esa misma palabra
para decir a las mujeres que ellas y los discípulos verán (opsesthe) a
Jesús resucitado en Galilea, de esa forma se identifican la venida del
Hijo del Hombre y la experiencia pascual de Jesús.
Este Hijo de Hombre aparecerá así como Luz Salvadora de Dios, con gran “poder y gloria”(meta
dynameôs pollês kai doxês), como revelación visible del Dios invisible.
Marcos sabe, como buen judío, que Dios es invisible (en la línea de lo
que dirá Jn 1, 18), pero sabe también que Jesús (Hijo del hombre) es la
luz de la revelación de Dios, que se mostrará gloriosa al fin de este
tiempo (de este sol y de esta luna), como principio y centro de un mundo
nuevo que él mismo ilumina; de esa forma reelabora el tema de Dan 7,
pero con una diferencia esencial. Dan 7 presenta primera a las cuatro
bestias (como Mc 13, 14 ha presentando la Abominación), para decir
después cómo han sido destruidas. Marcos, en cambio, no ha tratado de la
destrucción de las bestias (es decir, de la Abominación), sino de la
persecución de los fieles, que precede a la llegada del Hijo del Hombre.
− Este Hijo de Hombre no actúa ya como guerrero,
distinguiéndose así de otras figuras en parte paralelas, como la del
Hombre (ipse homo) de 4 Esdras, un libro de gran densidad teológica,
escrito tras la caída de Jerusalén (tras el 70 d.C.) por un judío (no
cristiano) de tendencia apocalíptica, aunque conservado y editado por
cristianos (incluso en la Vulgata). Según 4 Esdras, el vidente mira y
descubre en las nubes del cielo a un Hombre que lucha contra sus
enemigos, a los que vence, con el fuego que sale de su boca, para reunir
después, en torno a sí, a una multitud pacífica que le sigue (4 Es 13,
1-12) .
A diferencia del de 4 Esdras, el Hijo de Hombre de Mc 13, 27 no lucha, ni vence, directamente a nadie, ni tiene los rasgos guerreros del Jinete de Ap 19, 11-21, sino que viene (como el Hijo de Hombre de Dan 7) después que el mundo viejo ha sido destruido (ha terminado). Pero no baja simplemente de la Altura divina, donde ha estado escondido, sino desde su historia humana, porque es Jesús, que ha perdonado los pecados, ha proclamado la dignidad del hombre sobre el sábado y ha muerto en Cruz, por fidelidad a su mensaje de Reino, como Marcos contará en los capítulos que siguen (Mc 14-16).
A diferencia del de 4 Esdras, el Hijo de Hombre de Mc 13, 27 no lucha, ni vence, directamente a nadie, ni tiene los rasgos guerreros del Jinete de Ap 19, 11-21, sino que viene (como el Hijo de Hombre de Dan 7) después que el mundo viejo ha sido destruido (ha terminado). Pero no baja simplemente de la Altura divina, donde ha estado escondido, sino desde su historia humana, porque es Jesús, que ha perdonado los pecados, ha proclamado la dignidad del hombre sobre el sábado y ha muerto en Cruz, por fidelidad a su mensaje de Reino, como Marcos contará en los capítulos que siguen (Mc 14-16).
Muchos relatos judíos (y cristianos) vinculaban la venida del
salvador de Dios con un tipo de guerra santa (con su victoria sobre los
perversos). Pues bien, en contra de eso, Mc 13, ha vinculado la
esperanza del tiempo final con la historia liberadora de Jesús (con su
entrega como Hijo de hombre) y el anuncio del evangelio en todas las
naciones (13, 10).
14, 27. Reunión de los elegidos: Y entonces enviará a los
ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo
de la tierra al extremo del cielo
a. Un tema candente. La escena culmina con esta
“obra final” del Hijo del Hombre, que envía a los (sus) ángeles para
reunir a los (sus) elegidos de los cuatro vientos de la tierra. No dice
nada de una posible condena de los “otros” (los posibles “no elegidos”),
no alude a ningún infierno (rechazo de los perversos), sino sólo a una
reunión de los “elegidos”, en torno al Hijo de Hombre, que aparece así
como representante y presencia de Dios, nueva creación o cielo para los
salvados (ocupando el lugar que antes tenían, en el mundo viejo, el sol,
la luna y las estrellas).Veladamente parecen distinguirse “los que ven”
al Hijo de hombre (que son todos y, quizá, en especial, los
perseguidores, vinculados al Abominable), y aquellos a quienes los
ángeles/enviados del Hijo del hombre deben reunir.
Marcos ofrece aquí un “signo”, no un discurso teórico sobre los
problemas que pueden suscitarse en torno al fin del mundo o a la
“salvación” de los elegidos. No dice qué pasa con los otros, si es que
hay “otros”, es decir, no-elegidos (condenados), al fin de los tiempos, o
si el Hijo del Hombre salvará entonces a “muchos-todos” (como parece
suponer 10, 45), pues por ellos se ha entregado (a diferencia de Dan 12,
1-3 que distingue expresamente entre los que se salvan, por ser sabios,
y los condenados a la vergüenza eterna). Sea como fuere, según este
Jesús de Marcos, la condena de los “no elegidos” consistiría en quedar
para siempre en la tierra oscura y fría (sin sol y sin luna, cf. 13,
24), condenados al frío de la oscuridad perpetua . Desde aquí se
plantean algunas preguntas que se han venido planteando a lo largo de la
historia cristiana:
− ¿Qué pasa con los muertos anteriores, con los
mártires otros tiempos? (tema de fondo de Dan 12). El texto no plantea
expresamente esta pregunta, que los tesalonicenses presentaron, y que
Pablo respondió diciendo que primero habría resurrección de los muertos
(al menos de los muertos “buenos”) y que después todos, los que seguían
vivos al final y los antes muertos, pero ya resucitados, serían elevados
con Cristo a su gloria (1 Tes 4, 13-18). Podría suponerse que Marcos
comparte esa visión de Pablo, pues ha hablado de la resurrección de los
muertos (12, 18-27), pero aquí expresamente no la expresa.
− ¿Qué pasa con la vieja tierra? Marcos tampoco responde.
Ciertamente, él afirma que se apagarán el sol y la luna y que caerán los
astros, de manera que esta tierra (el cosmos viejo) quedará plana y
oscura, condenada para siempre al frío de la destrucción (cf. 13, 24).
Pero no dice más, no le interesa. En este contexto, a él sólo le
preocupan los elegidos que culminarán su vida en Cristo.
− ¿Cómo viene el Reino, que Jesús había proclamado
en 1, 14-15 y que había querido instaurar sobre esta tierra, desde
Jerusalén? Tampoco aquí responde Marcos de una forma expresa, aunque por
el despliegue de la vida de Jesús y de todo el evangelio se puede
suponer que ha existido un cambio.
(a) Históricamente, Jesús pensó que el Reino vendría a realizarse en este mundo, desde Jerusalén.
(b) Pero, de hecho, por su muerte (y por el triunfo externo del
Abominable que ha ocupado el templo de Jerusalén), el Reino pleno sólo
podrá darse al final de este mundo, aunque no en un cielo espiritual
(como dirá luego gran parte de la iglesia), sino en un mundo nuevo,
recreado, en torno al Hijo del Hombre, cuando se apaguen sol y luna. En
esta línea, la respuesta del Jesús final de Marcos estaría cerca del
nuevo cielo y de la nueva tierra a los que alude el Apocalipsis (Ap 21,
1).
Marcos no ha querido describir lo que podría ser este nuevo
cielo y esta nueva tierra (a diferencia de Ap 21-22), limitándose a
decir que el Hijo del Hombre “vendrá en las nubes”, que son un signo de
la presencia de Dios sobre la tierra (entre el cielo y la
tierra). Jesús ya no aparecerá a Jerusalén, para reinar desde allí, como
parecía haber dicho antes, en el tiempo de su vida, ni llegará a tomar
la tierra antigua (su sol y su luna se oscurecerán), sino que vendrá en
las nubes, que son el nuevo espacio de su obra, como había insinuado
Pablo al decir que los salvados (vivos y muertos) saldrían al encuentro
de Cristo en el aire (1 Tes 4, 17). Nos hallaríamos, según eso, ante una
especie de “nueva creación aérea/etérea” (con un cuerpo de luz y
transparencia). Pero Marcos no ha precisado el tema, de manera que la
única identidad de su “culminación” es el Hijo del Hombre .
b. Enviará a los ángeles. El Hijo del Hombre no
envía al Ángel de Yahvé (que es el signo de la presencia de Dios), sino a
“los ángeles”, que son sus servidores y mensajeros. Ellos han aparecido
ya en Marcos, vinculados a la lucha de Jesús contra el Diablo (1, 13) y
a la vida de los resucitados, que son como ángeles de Dios, es decir,
que pertenecen a un mundo superior donde no existe el tipo de matrimonio
actual (12, 25). También hemos visto, en un texto paralelo, que el Hijo
del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre, rodeado de los ángeles
santos (8, 28).
Pues bien, aquí se dice que el Hijo del Hombre viene rodeado por un
séquito de ángeles que le sirven (realizan su función). Éste no es un
tema que Marcos ha inventado, sino que pertenece a la tradición
apocalíptica de Israel, que ha desarrollado una poderosa angelología,
que puede hallarse vinculada a su contacto con la cultura persa. Un
texto antiguo (1 Re 22, 19) presenta a Yahvé-juez, rodeado de un
ejército angélico (cf. Job 1, 6). Por su parte, Zac 14, 5 afirma que
“Dios viene” para el juicio con todos sus «consagrados» (qdsm TM, hagioi
LXX), espíritus celestes que cooperan en su obra, como suponía Dan 7,
9-10, cuando afirma que Dios se dispone a juzgar, rodeado de millones de
espíritus celestes.
En una línea más cercana a nuestro texto, la tradición de Henoc
afirma que los ángeles de Dios (cf. 1 Hen 1, 9; 47. 3; 60. 2) acom¬pañan
y sirven al Hijo de Hombre (cf. 1 Hen 51, 3-4; 55, 4; 61, 10, etc.).
Este pasaje (Mc 13, 27) supone que los ángeles están al servicio del
Hijo del hombre (como suponía 8, 38), aunque no diga que son suyos, como
hará Mateo (cf. Mt 13, 41; 16, 27; 25. 31) y la tradición paulina (cf. 1
Tes 3, 13; 2 Tes 1, 7). Marcos no dice que los ángeles son del Hijo del
Hombre, pero es claro que están a su servicio, como tes¬tigos v
auxiliares de su obra. Donde estaba Dios, Marcos ha puesto a Jesús, Hijo
de Hombre; su poder sobre los ángeles constituye un signo de su
dignidad, como revelador definitivo de Dios .
Jesús Hijo de Hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida por muchos (cf. 10, 45 y todo Mc 14-15) aparece ahora como rey de los ángeles servidores (cf. 1, 13), que son los “apóstoles” finales de su Reino.
Jesús Hijo de Hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida por muchos (cf. 10, 45 y todo Mc 14-15) aparece ahora como rey de los ángeles servidores (cf. 1, 13), que son los “apóstoles” finales de su Reino.
a) En el tiempo de su historia, él había comenzado a enviar (êrxato apostellein) a su Doce (6, 7), a los que llamó por eso apóstoles (enviados: 3, 3-15); también había convocado, de un modo especial, a los cuatro “pescadores de hombres” (1, 16-20), a los que al fin dirige este discurso sobre el Monte de los Olivos. Pues bien, al fin de todo, Jesús Hijo de Hombre no envía a los cuatro pescadores, ni a los doce apóstoles, sino a sus ángeles-apóstoles, para realizar la obra definitiva de Dios, que es la reunión y salvación de los elegidos.
b. Como venimos diciendo, aquí estamos ante un juicio militar, de manera que los ángeles de Dios no luchan contra Satán y sus ángeles perversos (como supone Ap 12, 7-10); no hay tampoco un juicio forense, con balanza y libros donde se estudian y deciden las obras de los hombres (como en Dan 7, 9-11), sino ante la “reunión” de los elegidos, que se vinculan con el Hijo del Hombre, tras el fracaso y ruina del mundo anterior. En ese contexto no hay siquiera un gesto de entronización real. Podemos suponer que el Hijo del Hombre viene sentado sobre el trono de Dios (¡su propio trono!), como destacan algunos cristianos (cf. Mt 25, 31-46, en referencia a Ez 1-2), pero aquí sólo se dice que viene en las nubes, con gran poder y gloria (es decir, como revelación de Dios).
c. Reunirá a los elegidos. Este Hijo de Hombre poderoso enviará a sus ángeles para reunir a los elegidos, no a todos los pueblos, como en Mt 25, 32 (donde la reunión es el comienzo del juicio universal y la separación de elegidos y condenados). Pero Marcos no habla de un juicio, sino de una elección y salvación final (pues él supone que el juicio se ha dado ya en la historia). Por eso, el Hijo de Hombre envía a los ángeles para “reunir” a los que son suyos. Frente a la primera dispersión de los hombres (diespeiren autous Kyrios, Gen 11, 9) aquí tiene lugar la reunión escatológica de los elegidos ante el Hijo de Hombre que viene en las nubes (no en Jerusalén).
Ciertamente, en el fondo de esa reunión puede evocarse el tema de
la “peregrinación final de los pueblos a Sión” (cf. Is 2, 1-4; 60, 1 s;
Ag 2, 6-9). Pero el motivo de fondo es muy distinto: los elegidos de Mc
13, 27 no se reúnen en Sión, sino ante el Hijo de Hombre a quien Sión ha
rechazado. En ese contexto se sitúa el tema del retorno y unión de los
dispersos (a los que el mismo Hijo del Hombre reunirá: epi-synaxei), un
tema que ha de entenderse desde la tradición de la Biblia, donde se
decía que Dios reunirá a los dispersos .
Pero en Marcos hay una novedad. (a) La tradición judía habla de una
reunión de los israelitas dispersos, que vuelven a Sion, para retomar
su tierra, para reiniciar su historia. (b) En contra de eso, los ángeles
del Hijo del Hombre de Marcos reúnen a los elegidos, entre los cuales
se encuentran los llamados de todos los pueblos a los que se ha dirigido
la misión cristiana (13, 10), pero no lo hacen ya en Sión, ni en la
tierra de Israel, sino ante el Hijo del Hombre rechazado por las
autoridades de Sión. El texto supone que lamisión cristiana se ha
extendido a todo el mundo (a todas las naciones) pues afirma que los
elegidos del Hijo del Hombre serán reunidos “de los cuatro
vientos/extremos del universo (cf. Zac 2, 10), desde el límite de la
tierra hasta el límite del cielo, es decir, sin excepción alguna. Esta
expresión (del extremo de la tierra al extremo del cielo) quiere ser
absolutamente abarcadora .
13, 28-29. Parábola de la higuera. 28 De la higuera
aprended la parábola. Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las
hojas, conoced que está cerca el verano. 29 Pues lo mismo vosotros,
cuando veáis que suceden estas cosas, conoced que está cerca, a las
puertas.
Tras el clímax anterior, Marcos vuelve a emplear otra vez un
lenguaje de reposo y reflexión, que se funda en la observación de la
naturaleza, con el signo de la higuera, que ahora recibe un sentido
distinto al de 11, 12-25. En aquel contexto, la higuera de hojas
abundantes y de nulo fruto había sido el signo del templo de Jerusalén,
aunque, como anotaba el texto, no era tiempo de hijos, pues apenas
empezaba a apuntar la primavera (en torno al mes de marzo). Ahora vuelve
el signo (parábola) de la higuera, de la que deben aprender los
discípulos.
No es aún tiempo de higos, pero sus ramas han comenzado a ponerse ya
frescas y a brotar, porque están llenas de savia, de forma que empiezan
nacer las hojas. Cualquier agricultor sabe que esos brotes son un signo
de primavera, un anuncio del verano. Así está pasando en la historia de
los hombres. Los signos que ha venido exponiendo el evangelio (guerras,
persecuciones y, sobre todo, el surgimiento de la Abominación) indican
que está para producirse el gran cambio. El verano de la creación.
La historia de Israel, y el mismo conjunto de la humanidad, viene a
compararse de esa forma con el proceso de una higuera. Un año de vida de
la higuera, ése es el tiempo del mundo, mirado desde Cristo, tal como
lo destaca Marcos que se sitúa ante el proceso de la vida de Jesús, ante
el despliegue final de Israel, poniendo de relieve los signos de la
naturaleza y de la historia, como hizo en otro tiempo Jeremías, al
fijarse en un almendro y verlo como signo de la llegada del tiempo de
Dios (cf. Jer 1, 11-12) .
b. 13, 31-32. Ni el Hijo conoce la Hora 30 Os aseguro que no
pasará esta generación sin que todo esto suceda. 31 El cielo y la
tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto al día y la
hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el
Padre.
Este pasaje vuelve a situarnos ante la misma tensión que había
aparecido en 8, 38−9, 1 y en 9, 2-8, donde se afirmaba, por un lado, que
algunos de los allí presentes (en Cesárea de Felipe, al comienzo del
camino de la cruz) no morirían sin haber visto la llegada del Reino de
Dios en poder (9, 1), para mostrar después, por otro lado, que Jesús se
hallaba ya en la gloria de Dios, superando de algún modo el transcurso
de este tiempo (9, 7). Éste es un pasaje dramático, que nos sitúa ante
la paradoja del tiempo cristiano.
(a) Cercanía. Por un lado (13, 30-31), Jesús pide fidelidad en el tiempo de la prueba, afirmando que “no pasará esta generación antes de que todo esto se cumpla” (los signos ya citados, la venida del Hijo del Hombre), pues el cielo y la tierra pasarán, pero las palabras de Jesús han de cumplirse. Eso significa que el tiempo del fin se halla tan cerca que algunos vivirán todavía (no habrán muerto) cuando llegue el reino .
(b) Ignorancia. Pero, al mismo tiempo (13, 32), dice “que nadie conoce la hora, ni los ángeles de Dios, ni el mismo Hijo, sino solo el Padre”. Por los escritos de Pablo (1 Tes 4, 13− 5, 11; 1 Cor 15, 51) conocemos bastante bien ese equilibrio entre el carácter futuro de la resurrección y la certeza de que va a realizarse muy pronto, en esta misma generación. Marcos también ha querido destacar la paradoja; para eso ha construido un díptico donde se mantienen, una al lado de la otra, dos posturas que son complementarias .
Marcos ha presentado ya implícitamente a Dios como Padre, al
transmitirnos la palabra que se dirige a Jesús como su Hijo (cf. 1, 11;
9, 7). De manera expresa, él ha citado al Padre por su nombre, al
referirse a la exigencia del perdón (¡para que vuestro Padre os
perdona!: 11, 25). Y volverá de nuevo a hacerlo cuando nos ofrezca la
oración suprema de Jesús en el huerto (14, 36). Pero sólo en este lugar
(13, 32) ha vinculado en relación estrecha y directa al Padre con el
Hijo (a Dios y a Cristo), bien unidos, inseparables para siempre.
De esa forma, el mismo Hijo de Hombre, que en 14, 26 aparecía como
figura escatológica (cumpliendo la tarea última de Dios) viene a
presentarse ahora como Hijo, o mejor dicho como el Hijo, en absoluto (ho
Huios). Realiza la obra de Dios y es Hijo suyo, pero sin romper la
unidad y transcendencia de Dos, que Marcos ha puesto de relieve en 10,
18: Solo Uno es Bueno: Dios. De esa forma, realizando la obra de Dios,
Jesús puede aparecer y aparece como el Kyrios (Dios presente) y como el
Hijo de Dios Padre, que es siempre trascendente. Por eso, él
puede afirmar, por una parte, que todo ha de cumplirse en esta
generación (¡es tiempo de Dios!), para añadir, inmediatamente después,
que sólo Dios conoce la hora. Así pues, estamos en los días finales
(¡esta generación!: 13, 30), pero sabiendo que el tiempo de la gracia
nos trasciende, y así tenemos que dejarlo en manos de Dios (sólo el
Padre conoce la hora: 13, 32).
Ante el misterio del fin (ante la hora) sólo existe una actitud:
¡Saber que está llegando y mantenerse en las manos del Padre!
Desaparecen así las restantes instancias de poder o de conocimiento;
pasan a segundo plano los ángeles y todos los otros poderes, de forma
que el mismo Hijo, a quien Dios ha dado Espíritu y palabra (cf. 1,
9-11), queda a la escucha de la última voz, que es la del Padre .
Marcos responde así a la posible frustración de algunos que han empezado a decir que las palabras de Jesús sobre el fin no se han cumplido, que él anunció la llegada inmediata del Reino y que las cosas de la historia siguen todavía. Pues bien, en ese contexto se debe recordar que la misión de Jesús, como Hijo de Hombre y como Hijo, no era fijar la hora, sino marcar el camino e insistir en la vigilancia, en un tiempo abierto a la hora final de Dios, que está vinculada al oscurecimiento del sol y de la luna y al alumbramiento del mismo Hijo de Dios que vendrá entonces (13, 24-27)
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