La parábola del fariseo y el publicano suele
despertar en no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que
se presenta ante Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía
espontánea hacia el publicano que reconoce humildemente su pecado.
Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento:
“Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo”.
Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de
tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores
fariseos, sino para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.
La oración del fariseo nos revela su actitud interior: “¡Oh Dios!
Te doy gracias porque no soy como los demás”. ¿Que clase de oración es
esta de creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de
la Ley, puede vivir en una actitud pervertida. Este hombre se
siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que
desprecia y condena a los que no son como él.
El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: “¡Oh Dios!
Ten compasión de este pecador”. Este hombre reconoce humildemente su
pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de
Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.
La parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa engañosa,
que nos permite vivir ante Dios seguros de nuestra inocencia, mientras
condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no
piensa o actúa como nosotros.
Circunstancias históricas y corrientes triunfalistas alejadas del
evangelio nos han hecho a los católicos especialmente proclives a esa
tentación. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud
autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué
hay en el fondo de ciertas oraciones por la conversión de los
pecadores? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir
convirtiéndonos a Dios?
Recientemente, ante la pregunta de un periodista, el Papa Francisco
hizo esta afirmación: “¿Quién soy yo para juzgar a un gay?”. Sus
palabras han sorprendido a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un Papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad ante Dios
José Antonio Pagola
27 de octubre de 2013
30 Tiempo ordinario (C)
Lucas 18, 9-14
30 Tiempo ordinario (C)
Lucas 18, 9-14
No hay comentarios:
Publicar un comentario