Lucas narra una breve parábola indicándonos que Jesús la contó para explicar a sus discípulos “cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”.
Este tema es muy querido al evangelista que, en varias ocasiones,
repite la misma idea. Como es natural, la parábola ha sido leída casi
siempre como una invitación a cuidar la perseverancia de nuestra oración
a Dios.
Sin embargo, si observamos el contenido del relato y la conclusión del mismo Jesús, vemos que la clave de la parábola es la sed de justicia.
Hasta cuatro veces se repite la expresión “hacer justicia”. Más que
modelo de oración, la viuda del relato es ejemplo admirable de lucha
por la justicia en medio de una sociedad corrupta que abusa de los más
débiles.
El primer personaje de la parábola es un juez que “ni teme a Dios
ni le importan los hombres”. Es la encarnación exacta de la corrupción
que denuncian repetidamente los profetas: los poderosos no temen la
justicia de Dios y no respetan la dignidad ni los derechos de los
pobres. No son casos aislados. Los profetas denuncian la corrupción del sistema judicial en Israel y la estructura machista de aquella sociedad patriarcal.
El segundo personaje es una viuda indefensa en medio de una
sociedad injusta. Por una parte, vive sufriendo los atropellos de un
“adversario” más poderoso que ella. Por otra, es víctima de un juez al
que no le importa en absoluto su persona ni su sufrimiento. Así viven millones de mujeres de todos los tiempos en la mayoría de los pueblos.
En la conclusión de la parábola, Jesús no habla de la oración.
Antes que nada, pide confianza en la justicia de Dios: “¿No hará Dios
justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”. Estos elegidos no
son “los miembros de la Iglesia” sino los pobres de todos los pueblos que claman pidiendo justicia. De ellos es el reino de Dios.
Luego, Jesús hace una pregunta que es todo un desafío para sus
discípulos: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la
tierra?”. No está pensando en la fe como adhesión doctrinal,
sino en la fe que alienta la actuación de la viuda, modelo de
indignación, resistencia activa y coraje para reclamar justicia a los
corruptos.
¿Es esta la fe y la oración de los cristianos satisfechos de las
sociedades del bienestar? Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando
denuncia que en la espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos y pocos gritos de indignación, demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano, demasiado consuelo y poca hambre de justicia.
José Antonio Pagola
20 de octubre de 2013
29 Tiempo ordinario (C)
Lucas, 18, 1-8
29 Tiempo ordinario (C)
Lucas, 18, 1-8
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