Confesar nuestros pecados
«Comienza la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios». Este es el inicio solemne y gozoso del evangelio de Marcos.
Pero, a continuación, de manera abrupta y sin advertencia alguna,
comienza a hablar de la urgente conversión que necesita vivir todo el
pueblo para acoger a su Mesías y Señor.
En el desierto aparece un profeta diferente. Viene a
«preparar el camino del Señor». Este es su gran servicio a Jesús. Su
llamada no se dirige solo a la conciencia individual de cada uno. Lo que
busca Juan va más allá de la conversión moral de cada persona. Se trata
de «preparar el camino del Señor», un camino concreto y bien definido,
el camino que va a seguir Jesús defraudando las expectativas
convencionales de muchos.
La reacción del pueblo es conmovedora. Según el
evangelista, dejan Judea y Jerusalén y marchan al «desierto» para
escuchar la voz que los llama. El desierto les recuerda su antigua
fidelidad a Dios, su amigo y aliado, pero, sobre todo, es el mejor lugar
para escuchar la llamada a la conversión.
Allí el pueblo toma conciencia de la situación en que viven;
experimentan la necesidad de cambiar; reconocen sus pecados sin echarse
las culpas unos a otros; sienten necesidad de salvación. Según Marcos,
«confesaban sus pecados» y Juan «los bautizaba».
La conversión que necesita nuestro modo de vivir el cristianismo no se puede improvisar.
Requiere un tiempo largo de recogimiento y trabajo interior. Pasarán
años hasta que hagamos más verdad en la Iglesia y reconozcamos la
conversión que necesitamos para acoger más fielmente a Jesucristo en el
centro de nuestro cristianismo.
Esta puede ser hoy nuestra tentación. No ir al «desierto».
Eludir la necesidad de conversión. No escuchar ninguna voz que nos
invite a cambiar. Distraernos con cualquier cosa, para olvidar nuestros
miedos y disimular nuestra falta de coraje para acoger la verdad de
Jesucristo.
La imagen del pueblo judío «confesando sus pecados» es admirable.
¿No necesitamos los cristianos de hoy hacer un examen de conciencia
colectivo, a todos los niveles, para reconocer nuestros errores y
pecados? Sin este reconocimiento, ¿es posible «preparar el camino del
Señor»?
José Antonio Pagola
2 Domingo de Adviento - B
(Marcos 1,1-8)
(Marcos 1,1-8)
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