No confundir a nadie con Jesús

La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa.
Jesús se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo
tiempo, Elías y Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a
la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo invita
a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios,
pero resucitado por Dios.
Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está
aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y
otra para Elías». No ha entendido nada. Por una parte,
pone a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a
cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del
camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del Tabor, lejos de la
pasión y la cruz del Calvario.
Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Este es mi Hijo
amado». No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso
cuando os habla de un camino de cruz, que termina en resurrección.
Solo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros,
teólogos y jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado.
No hemos de confundir a nadie con Jesús. Solo él es el Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.
Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos.
Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a
Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz.
Hoy se nos ofrecen más posibilidades de vivir como cristianos
«crucificados». Nos hará bien. Nos ayudará a recuperar nuestra identidad
cristiana.
José Antonio Pagola
2 Cuaresma - B
(Marcos 9,2-10)
(Marcos 9,2-10)
01 de marzo 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario