Id a Galilea, allí lo veréis

Lo sorprendente es que, al llegar al sepulcro, observan que está abierto.
Cuando se acercan más, ven a un «joven vestido de blanco» que las
tranquiliza de su sobresalto y les anuncia algo que jamás hubieran
sospechado.
«¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?». Es un error buscarlo en el mundo de los muertos.
«No está aquí». Jesús no es un difunto más. No es el momento de
llorarlo y rendirle homenajes. «Ha resucitado». Está vivo para siempre.
Nunca podrá ser encontrado en el mundo de lo muerto, lo extinguido, lo
acabado.
Pero, si no está en el sepulcro, ¿dónde se le puede ver?, ¿dónde nos
podemos encontrar con él? El joven les recuerda a las mujeres algo que
ya les había dicho Jesús: «Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo
veréis». Para «ver» al resucitado hay que volver a Galilea. ¿Por qué? ¿Para qué?
Al resucitado no se le puede «ver» sin hacer su propio recorrido. Para experimentarlo lleno de vida en medio de nosotros, hay que volver al punto de partida y
hacer la experiencia de lo que ha sido esa vida que ha llevado a Jesús a
la crucifixión y resurrección. Si no es así, la «Resurrección» será
para nosotros una doctrina sublime, un dogma sagrado, pero no
experimentaremos a Jesús vivo en nosotros.
Galilea ha sido el escenario principal de su actuación. Allí le han
visto sus discípulos curar, perdonar, liberar, acoger, despertar en
todos una esperanza nueva. Ahora sus seguidores hemos de hacer lo mismo.
No estamos solos. El resucitado va delante de nosotros. Lo iremos viendo si caminamos tras sus pasos.
Lo más decisivo para experimentar al «resucitado» no es el estudio de
la teología ni la celebración litúrgica sino el seguimiento fiel a
Jesús.
José Antonio Pasgola
Domingo de Resurrección - B
(Marcos 16,1-7)
(Marcos 16,1-7)
05 de abril 2015
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