La misa dominical
Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical.
La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los
siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad
de Jesús.
Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros.
¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos
permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué
la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no
manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor?
La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional.
Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a
las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas
protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?
Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su
centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la
que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?
¿Es la liturgia que nosotros venimos repitiendo desde siglos la que
mejor puede ayudar en estos tiempos a los creyentes a vivir lo que vivió
Jesús en aquella cena memorable donde se concentra, se recapitula y se
manifiesta cómo y para qué vivió y murió? ¿Es la que más nos puede
atraer a vivir como discípulos suyos al servicio de su proyecto del
reino del Padre?
Hoy todo parece oponerse a la reforma de la misa. Sin embargo, cada vez será más necesaria si la Iglesia quiere vivir del contacto vital con Jesucristo.
El camino será largo. La transformación será posible cuando la Iglesia
sienta con más fuerza la necesidad de recordar a Jesús y vivir de su
Espíritu. Por eso también ahora lo más responsable no es ausentarse de
la misa, sino contribuir a la conversión a Jesucristo.
José Antonio Pagola
Cuerpo y Sangre de Cristo - B
(Marcos 14,12-16.22-26)
(Marcos 14,12-16.22-26)
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